Dios llama para hacernos suyos: para dejar atrás la vida que llevábamos y entregarnos por entero a Él. No todos tienen están llamados a este camino, pero si hay muchos, que pudiendo estar llamados no saben cómo escuchar a Dios…
¿Cómo saber si Dios me llama? 7 claves para discernir una posible vocación a la vida consagrada
Cuando uno habla de vocación muchos se asustan. Lo primero que piensan es en hábitos, oraciones eternas, todos viviendo en una misma casa, estar lejos de la familia, etc. Pero la verdad es que es mucho más que eso. Para los que hemos decidido dejarlo todo y seguir a Jesús en la vida consagrada, es una verdadera alegría. Tiene muchas gratificaciones, pero también sacrificio y arduo trabajo.
Dios llama para hacernos suyos: para dejar atrás la vida que llevábamos y entregarnos por entero a Él. No todos tienen están llamados a este camino, pero si hay muchos, que pudiendo estar llamados no saben cómo escuchar a Dios. ¿Cómo saber si Dios me llama a seguirlo en la vida consagrada o sacerdotal? Aquí te comparto siete claves para discernir con madurez si Dios te llama a este camino o no. Pon atención, porque si te tomas en serio estas recomendaciones, Dios podría de verdad estar tocando la puerta de tu corazón para hacerte suyo como lo ha hecho con nosotros.
1. Ora… ora… y ora
Parece muy obvio pero es de lo más necesario. Santa Teresita de Lisieux decía:«Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría».Ahí está resumido todo. La oración es algo sencillo. Imagínate que llegas del colegio y quieres hablar con tus padres acerca de cómo te ha ido durante el día: tus penas y alegrías; tus sueños y frustraciones… este diálogo con Dios es oración. Tú hablas con Él de todo. Con confianza y fe. Sabes que te escucha y por eso no te cansas de hablarle. Orar es un diálogo, no un monólogo. Hablas pero también escuchas, y para escuchar es necesario el silencio. Sí, el silencio. Y no digo solo ausencia de ruido, hablo de que debes dejar a un lado tus preocupaciones (comentándoselas a Dios, claro) y serenar tu alma para escuchar su voz. ¿Recuerdas que en el Antiguo Testamento Dios habla con una pequeña brisa? (1 Reyes 19, 12-14), pues si estás atento lo escucharás y sabrás que hacer; no es misticismo, es pura realidad.
«Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará»(Mateo 6,6).
2. Frecuenta los sacramentos: La Eucaristía y la penitencia
Si no ibas a misa o no eras de confesión frecuente, este un excelente tip para ti. Para sanar y limpiar el alma son necesarios los sacramentos. La Eucaristía es nuestro alimento espiritual, lo más grande que Jesús nos dejó en herencia, y además está al alcance de todos. Nuestra vida debe ser una constante acción de gracias a Dios, una alabanza perenne, y para esto la misa es imprescindible. Si es diaria, mejor, si no es así puedes ir todos los domingos sin falta. Por otro lado, la penitencia es necesaria para lavar nuestra alma de las impurezas del pecado y hacernos transparentes ante Dios. Necesitas pedirle perdón a Dios por las cosas malas que has hecho. Cuando uno está reconciliado con su Padre el corazón se llena de paz, en ese momento es cuando está mejor dispuesto para acogerle y responderle con generosidad. La confesión, como dice el Papa Francisco, no es una “sala de tortura”, al contrario, es el encuentro con el amor misericordioso de Dios. Añade el Papa: «Los apóstoles y sus sucesores –los obispos y los sacerdotes que son sus colaboradores- se convierten en instrumentos de la misericordia de Dios. Actúan in persona Christi. Esto es muy hermoso». Así que no lo pienses tanto y acude a los sacramentos.
«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre… Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera» (Juan 6, 35.50). «… Tú amas al de corazón sincero… rocíame con agua purificadora, y quedaré limpio… Aparta tu vista de mis pecados, borra todas mis culpas. Crea en mí un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme» (Salmo 50:8-9.11-12).
3. Pedir dirección espiritual
La dirección espiritual es un don. «El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a […] la oración» (CIC 2690). Sacerdotes, religiosas o religiosos pueden ayudarte a ver la voluntad de Dios en tu vida, a encaminarte por el ruta que Dios te marca. San Juan de la Cruz señala al respecto: «No solo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado… Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá». Por eso elige bien con quien deseas tener dirección. Es importante este punto, porque tú pones tu alma en las manos de un hombre o mujer para que te ayude a buscar la voluntad de Dios. Si quieres descubrir que es lo que Dios te pide la dirección espiritual será para ti un camino seguro. Ora y pide al Señor que te mande a tu director espiritual, al mejor que encuentre para ti, y confía en él. Dios se vale de instrumentos humanos para derramar sus gracias en la tierra.
«Acude siempre a quien teme al Señor, a quien sabes que observa los mandamientos, que tiene una conciencia como la tuya y que compartirá tu pena si llegas a caer… Pero, sobre todo, suplica al Altísimo para que dirija tus pasos en la verdad» (Eclesiástico 37, 12.15).
4. Ten una actitud disponible ante el plan Dios
Es fácil decirlo cuando uno no está de por medio, pero cuando es la vida entera la que está implicada esta frase tiene un peso mayor. Ama a Dios y confía en Él. Vive en su amor, en reconciliación con Él, ora mucho, confía en los sacramentos y tu corazón estará disponible para todo lo que te pida. Si te pide cambiar una cosa, lo podrás hacer. Si te pide esforzarte en una virtud, también lo lograrás. Pero intenta siempre cultivar un corazón disponible, generoso para con Dios. El Papa Benedicto XVI decía al inicio de su pontificado: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida». Nosotros, los religiosos, creemos plenamente en estas palabras porque lo hemos vivido. Con un corazón disponible Dios puede trabajar, puede moldear tu corazón como le plazca. Pero necesita que pongas de tu parte. Tú decides.
«Dichosos el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro acerca de mí. Amo tu voluntad, Dios mío» (Salmo 40, 5.8).
5. Busca cambiar los hábitos que no te ayudan
Muy importante es cambiar los antiguos hábitos para transformarnos en hombres y mujeres nuevos. Las fiestas en exceso, los fines de semana fuera de casa, el malgastar dinero, las palabras groseras, entre otras cosas, pueden ser hábitos buenos en el mundo de hoy, pero no lo son para quienes desean hacer lo que Dios les pide. Nuestra vida debe tener olor a Cristo. Como dicen por ahí: «Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato», en otras palabras, todos sabemos cuáles son nuestras deficiencias, lo que debemos mejorar. Poner un esfuerzo extra será una ayuda muy grande para discernir bien tu vocación. Es hora de cambiar algunas cosas, ordenar tu vida, poner prioridades. ¿Prioridades? Sí, por ejemplo compartir más con la familia, visitar a los enfermos, ayudar al prójimo y miles de cosas más. Lo mejor es sustituir un vicio (algo malo) por una virtud (algo bueno). Si antes perdía tiempo apostando dinero, ahora lo voy a donar a una institución de beneficencia. Si antes salía de fiestas todos los fines de semana, ahora dedicaré un fin de semana de voluntariado o ayudando en la parroquia. Dejar de mentir, desterrar la ira, sembrar alegría, etc. Ves qué fácil parece todo visto desde esta perspectiva. Lo difícil es ponerlo en práctica, pero descuida, Dios siempre estará contigo para ayudarte.
«Supongo que han oído hablar de Él [de Cristo] y que, en conformidad con la auténtica doctrina de Jesús, les enseñaron como cristianos a renunciar a su conducta anterior y al hombre viejo corrompido por seductores apetitos. De este modo se renuevan espiritualmente y se revisten del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa» (Efesios 4, 21-24).
6. Esfuérzate por vivir la coherencia de vida
«Agere sequitur esse» en latín significa: «El hacer sigue al ser». Uno actúa de acuerdo a lo que es. Soy hijo de Dios, actúo como tal. Soy un hombre en discernimiento vocacional, actúo como tal. Es simple, lógica pura. Esto también cuesta trabajo. Necesitas de un compromiso serio y maduro. Dice el Papa Francisco: «No es fácil -lo sabemos todos- la coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio; pero nosotros debemos ir hacia adelante y tener en nuestra vida esta coherencia cotidiana. ¡Esto es un cristiano!, no tanto por aquello que dice, sino por aquello que hace; por el modo en que se comporta». Dicen por ahí que las palabras convencen pero que el testimonio arrastra. ¡Cuánto más arrastraremos al mundo hacia Dios si nosotros somos coherentes con lo que creemos! Es necesario esta máxima hoy en día. Como los primeros cristianos que eran capaces de morir por ser coherentes con su fe. No escatimaban darlo todo por Jesús. ¿Y tú? Ve corrigiendo tu vida desde ahora. Que concuerden tus acciones, tus pensamientos y tus deseos con Dios. Depende de ti actuar conforme a lo que eres.
«¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la fe? … la fe: si no tiene obras, está completamente muerta. Sin embargo, alguien podría decir: “Tú tienes fe, yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te mostraré mi fe”» (Santiago 2, 14.18).
7. Vivir con generosidad
Vivir de cara a Dios es necesariamente vivir generosamente. No podemos ser cristianos auténticos sin la generosidad como una de nuestras características esenciales. Si somos cristianos, somos generosos. No hablamos aquí de dar dinero a todo el mundo, repartir las cosas de mi casa a quienes necesitan o regalar comida a los pobres. Sí, esto es necesario, pero hay una generosidad aún más difícil: la del corazón. Cuando uno hace un acto desinteresado no necesariamente está haciendo un acto con un corazón generoso. La actitud interior es fundamental para que ese acto sea de verdadera renuncia. Puedo dar muchas cosas pero con una cara de amargado que nadie me soporta. Eso no es generosidad verdadera. En cambio, puedo ser muy pobre pero darle mi tiempo a quien necesita desahogarse o llorar alguna pena. Doy mi tiempo gratuitamente, sin que nadie me vea, sin lamentarlo, eso es generosidad interior. Todo depende de la actitud. Si la actitud es desprendida, el acto será generoso de por sí. Vivir así está al alcance de todos, pero necesitamos estar unidos a Dios para no lamentarnos de lo que entregamos a los demás.
«Tengan esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha. Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría» (2 Corintios 9, 6-7).
Estas 7 claves te ayudarán mucho a discernir si la vida sacerdotal o religiosa es tu camino en la vida. Pero sobre todo, ten un corazón lleno de Dios, lleno de amor por Él. Un corazón humilde, que busque incesantemente a Dios en todas las cosas, pequeñas o grandes. Que Dios sea el amor de tu vida. Cultiva esta semilla en la tierra de tu corazón y los resultados fructificarán. Ah, y prepárate, porque Dios nos promete (en la vida consagrada) el ciento por uno, y eso es muy bueno, pero el versículo termina: «con persecuciones», así que no te extrañe si alguien se opone a tu vocación, si a alguien no le gusta el camino que Dios ha querido para ti, porque a todos nos ha sucedido. Lo importante es que tú lo disciernas bien y sea una entrega sincera la que le des al Señor.
«Les aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la buena noticia, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna» (Marcos 10, 29-30).