Papa León XIV: "Lo que une viene de Él, pero lo que divide no puede venir de Él"
Homilía del Papa León XIV en el Inicio del Capítulo General de la Orden de San Agustín
Basílica de San Agustín en Campo Marzio (Roma) | Lunes, 1° de septiembre de 2025




Mis queridas hermanas y hermanos:
Padre Alejandro Moral, Prior General, hermanos en el episcopado, Luis y Wilder, y todos ustedes, mis hermanos agustinos, hermanas y hermanos aquí presentes.
Antes de comenzar la homilía formal que ha sido preparada, quiero simplemente saludarles a todos.
Y para aquellos de ustedes que entienden inglés pero no entienden italiano: ¡recen para recibir el don del Espíritu Santo!
Y quizás, durante este breve momento de reflexión sobre la Palabra de Dios y sobre lo que el Señor les está pidiendo a ustedes, que están a punto de comenzar este Capítulo General Ordinario, les será dado —no necesariamente el don de comprender o hablar todos los idiomas—, sino el don de escuchar, el don de ser humildes y el don de promover la unidad, dentro de la Orden y a través de ella, en toda la Iglesia y en el mundo.
Celebramos esta Eucaristía al inicio del Capítulo General, un momento de gracia para la Orden Agustiniana y un momento de gracia para toda la Iglesia.
En esta Santa Misa votiva del Espíritu Santo, pedimos que sea Él, por quien el amor de Cristo habita en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), quien guíe día a día vuestro trabajo.
Un autor antiguo, hablando de Pentecostés (cf. Hch 2,1-11), la describe como un «impulso abundante e irresistible del Espíritu» (Dídimo el Ciego, De Trinitate, 6, 8: PG 39, 533). Pidamos al Señor que así sea también para ustedes: que su Espíritu prevalezca sobre toda lógica humana, de manera “abundante e irresistible”, para que verdaderamente la Tercera Persona divina sea la protagonista de los días venideros.
El Espíritu Santo habla, hoy como en el pasado. Lo hace en lo profundo del corazón (penetralia cordis) y a través de los hermanos y las circunstancias de la vida. Por eso es importante que el clima del Capítulo, en armonía con la tradición secular de la Iglesia, sea un clima de escucha: escucha de Dios, escucha de los demás.
Meditando sobre Pentecostés, nuestro Padre San Agustín, respondiendo a la pregunta provocadora de quien preguntaba por qué hoy no se repite, como un día en Jerusalén, el signo extraordinario de la “glosolalia”, hace una reflexión que creo que les puede ser muy útil en la misión que están por emprender. Agustín dice:
«En un primer momento, cada fiel [...] hablaba todas las lenguas [...]. Ahora el conjunto de los creyentes habla en todas las lenguas. Por tanto, también ahora todas las lenguas son nuestras, pues somos miembros del cuerpo que habla» (Sermón 269, 1).
Queridísimos, aquí, juntos, ustedes son miembros del Cuerpo de Cristo, que habla todos los idiomas. Si no todos los del mundo, ciertamente todos aquellos que Dios sabe que son necesarios para cumplir el bien que, en su sabia providencia, les encomienda.
Vivan, por tanto, estos días en un esfuerzo sincero de comunicarse y comprenderse, y háganlo como una respuesta generosa al don grande y único, de luz y gracia, que el Padre Celestial les hace al convocarlos aquí, precisamente a ustedes, para el bien de todos.
Y vamos a un segundo punto: hagan todo esto con humildad.
San Agustín, comentando la variedad de formas en que el Espíritu Santo, a lo largo de los siglos, se ha derramado sobre el mundo, interpreta esta multiplicidad como una invitación para que nosotros nos hagamos pequeños ante la libertad y la inescrutabilidad del actuar de Dios (ibid., 2).
Nadie piense que tiene por sí mismo todas las respuestas. Cada uno comparta con apertura lo que tiene. Todos acojan con fe lo que el Señor inspira, con la conciencia de que «cuanto el cielo sobrepasa la tierra» (Is 55,9), así sus caminos sobrepasan nuestros caminos y sus pensamientos nuestros pensamientos.
Solo así el Espíritu podrá “enseñar” y “recordar” lo que Jesús dijo (cf. Jn 14,26), grabándolo en sus corazones para que desde ellos se difunda el eco en la unicidad e irrepetibilidad de cada latido.
Hay, sin embargo, un punto más de reflexión que quisiera subrayar de lo que la Liturgia de la Palabra nos propone hoy: el valor de la unidad.
En la primera lectura, San Pablo, hablando de la comunidad de Corinto, hace una descripción que se puede aplicar fácilmente a su Capítulo. También aquí, en efecto, «a cada uno se le da una manifestación particular del Espíritu para el bien común» (1 Cor 12,7); también aquí «todas estas cosas las realiza el mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular como Él quiere» (v. 11); y también de ustedes se puede decir que «así como el cuerpo es uno solo y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aunque son muchos, constituyen un solo cuerpo, así también Cristo» (v. 12).
La unidad debe ser un objetivo irrenunciable de sus esfuerzos, pero no solo eso: debe ser también el criterio de verificación de su actuar y de su trabajo conjunto, porque lo que une viene de Él, pero lo que divide no puede venir de Él.
En este sentido, también aquí nos ayuda San Agustín, quien, comentando el milagro de Pentecostés, observa:
«Así como entonces las diversas lenguas que un hombre podía hablar eran signo de la presencia del Espíritu Santo, así ahora el amor por la unidad [...] es el signo de su presencia» (ibid., 3).
Y luego continúa:
«Así como los hombres espirituales se alegran en la unidad, los carnales buscan siempre el conflicto» (ibid.).
Por eso se pregunta:
«¿Qué fuerza mayor que la piedad que el amor a la unidad?»
Y concluye:
«Tendrán el Espíritu Santo cuando consientan en que su corazón se adhiera a la unidad por medio de una caridad sincera» (ibid.).
Escucha, humildad y unidad: he aquí tres sugerencias, espero que útiles, que la liturgia les ofrece para estos próximos días. La invitación es a hacerlas propias, renovando la oración que dirigimos al Señor al inicio de esta Celebración:
«Que el Espíritu Paráclito, que procede de ti, oh Padre, ilumine nuestras mentes y, según la promesa de tu Hijo, nos guíe hacia la verdad plena» (cf. Misal Romano, Santa Misa votiva del Espíritu Santo, B, Colecta).




