Papa León XIV a superiores generales: «tienen la responsabilidad de salvaguardar la fraternidad y la comunión también en este ámbito [virtual]»
Discurso del Papa León XIV a los participantes en el Encuentro promovido por la Unión de Superiores Generales (U.S.G.)
Aula del Sínodo | Miércoles, 26 de noviembre de 2025
Muchas gracias, padre Arturo [Sosa, Presidente de la Unión de Superiores Generales], por sus palabras.
Queridos hermanos:
Me alegra encontrarme con ustedes con motivo de su centésima cuadragésima Asamblea General. Como saben, yo también ejercí el ministerio que se les ha confiado a ustedes, y conozco la importancia de reunirse para escuchar y discernir, a la luz del Espíritu Santo, lo que el Señor pide a ustedes y a sus Órdenes y Congregaciones para el bien de la Iglesia.
Para esta asamblea han elegido el tema: “Fe conectada: vivir la oración en la era digital”. Toca tres ámbitos muy importantes para la vida religiosa hoy: nuestra relación con Dios, nuestro encuentro con los hermanos y nuestro compromiso con el mundo digital.
Comencemos considerando el primero: nuestra relación con Dios. En la Bula de convocación del Jubileo en curso, el Papa Francisco, invitándonos a ser “peregrinos de la esperanza”, escribió:
“En la historia de la humanidad y en nuestra historia personal [no estamos] destinados a un callejón sin salida o a un abismo oscuro, sino orientados hacia el encuentro con el Señor de la gloria… Con este espíritu hacemos nuestra la sentida oración de los primeros cristianos con la cual concluye la Sagrada Escritura: ‘¡Ven, Señor Jesús!’ (Ap 22,20)” (Spes non confundit, 19).
Nuestra esperanza se basa en la conciencia de caminar hacia el encuentro y la plena comunión con Dios, quien fue el primero en ofrecernos su amistad (cf. San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Vita consecrata, 27). Por ello, la oración es fundamental en la existencia de toda persona consagrada: es el espacio relacional en el que el corazón se abre al Señor, aprendiendo a pedir y a recibir, con confianza y gratitud, su amor que sana, transforma e inflama la misión (cf. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto Perfectae caritatis, 6). De este modo damos testimonio de lo que realmente somos: criaturas necesitadas de todo, entregadas a las manos providentes y bondadosas del Creador.
Es importante, para nuestra vida y apostolado, cultivar esta fe para que no se apague, quizá por evasión o por defensa, o sofocada por la ansiedad o la presunción de sentirnos “gestores de muchos servicios” (cf. Lc 10,40). Deslumbrados entonces por los reflectores de la eficiencia, nublados por los humos del compromiso o paralizados por el miedo, corremos el riesgo de detenernos o de convertir nuestro camino de peregrinos en una carrera desordenada y fatigosa, olvidando su fuente y su destino. Para ello, el Jubileo nos ofrece una valiosa oportunidad para volver a lo esencial, aferrándonos al corazón ardiente de Dios, para que su luz y su calor guíen y alimenten nuestro camino personal y nuestras sendas comunitarias.
Esto nos lleva al segundo valor a considerar: el encuentro con los hermanos. A este respecto, el Papa Francisco nos invitó a “unirnos como una familia que es más fuerte que la suma de pequeñas individualidades” (Carta Encíclica Fratelli tutti, 78), a “[hallar y compartir] una ‘mística’ de vivir juntos” (Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, 87). En esta dinámica, los Institutos, Órdenes y Congregaciones que ustedes representan son, por así decirlo, cuerpos carismáticos, en los que todos están profundamente conectados por la misma humanidad, la misma fe, la pertenencia a Cristo y la llamada que nos une en fraternidad. Así, en la Iglesia, el “sujeto comunitario e histórico de sinodalidad y misión” (Documento Final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 17) convierte los vínculos en lazos sagrados, en canales de gracia, en venas y arterias vivas que irrigan un solo cuerpo con la misma sangre.
Y esto nos conduce al tercer aspecto: nuestro compromiso con el mundo digital. En efecto, la tecnología de la información representa un desafío también para las personas consagradas. Por una parte, ofrece inmensas oportunidades de bien, tanto para la vida comunitaria como para el apostolado. Sería miope ignorar las extraordinarias posibilidades que brinda para la comunión y la misión, permitiéndonos llegar a personas lejanas, compartir la fe con nuevos lenguajes y alcanzar incluso a quienes, por los medios ordinarios, difícilmente se acercan a nuestras comunidades. Al mismo tiempo, sin embargo, estos recursos pueden influir fuertemente —y no siempre de modo positivo— en la forma en que construimos y mantenemos relaciones. Es fácil, por ejemplo, caer en la tentación de sustituir las relaciones reales entre personas por simples conexiones virtuales, donde la presencia, la escucha prolongada y paciente, y la profunda comunicación de ideas y sentimientos son indispensables (cf. Francisco, Exhortación Apostólica Christus vivit, 88).
Como Superiores, tienen la responsabilidad de salvaguardar la fraternidad y la comunión también en este ámbito, asegurándose de que los medios técnicos no comprometan la autenticidad de las relaciones ni reduzcan los espacios necesarios para cultivarlas.
En particular, quisiera subrayar que los instrumentos tradicionales de comunión, como los Capítulos, los Consejos, las Visitaciones canónicas y los momentos de formación, no pueden relegarse al ámbito de las “conexiones remotas”. El esfuerzo de reunirse para dialogar y para intercambiar ideas es parte integrante de nuestra identidad evangélica. En este paisaje de luces y sombras, nos espera un desafío: integrar nova et vetera (cf. Mt 13,52) de manera equilibrada, preservando y cultivando nuestra relación con Dios y con los hermanos, sin descuidar ni enterrar, por pereza o miedo, los nuevos talentos que el Señor pone en nuestras manos (cf. Mt 25,14-30).
Queridos amigos, gracias por la difícil y delicada tarea que desempeñan. Los bendigo de corazón y rezo por todos ustedes y por sus comunidades. ¡Gracias!
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de noviembre de 2025





