Papa Francisco: «Existe el riesgo de que la IA se utilice para promover el “paradigma…
Mensaje del Santo Padre al Foro Económico Mundial 2025, Davos-Klosters (Suiza)
Mensaje del Santo Padre al Foro Económico Mundial 2025, Davos-Klosters (Suiza)
El tema de la reunión anual de este año del Foro Económico Mundial, “Colaboración para la Era Inteligente”, ofrece una buena oportunidad para reflexionar sobre la Inteligencia Artificial como herramienta no solo de cooperación sino también para acercar a los pueblos.
La tradición cristiana considera el don de la inteligencia como un aspecto esencial de la persona humana creada “a imagen de Dios”. Al mismo tiempo, la Iglesia Católica siempre ha sido protagonista y defensora del avance de la ciencia, la tecnología, las artes y otras formas de esfuerzos humanos, considerándolos áreas de “colaboración del hombre y la mujer con Dios en la perfección de la creación visible” (Catecismo de la Iglesia Católica, 378).
La IA está destinada a imitar la inteligencia humana que la diseñó, planteando un conjunto único de preguntas y desafíos. A diferencia de muchas otras invenciones humanas, la IA se entrena con los resultados de la creatividad humana, lo que le permite generar nuevos artefactos con un nivel de habilidad y velocidad que a menudo rivaliza o supera las capacidades humanas, lo que genera preocupaciones críticas sobre su impacto en el papel de la humanidad en el mundo. Además, los resultados que puede producir la IA son casi indistinguibles de los de los seres humanos, planteando preguntas sobre su efecto en la creciente crisis de verdad en el foro público. Asimismo, esta tecnología está diseñada para aprender y tomar ciertas decisiones de manera autónoma, adaptándose a nuevas situaciones y proporcionando respuestas no previstas por sus programadores, lo que plantea cuestiones fundamentales sobre la responsabilidad ética, la seguridad humana y las implicaciones más amplias de estos desarrollos para la sociedad.
Aunque la IA es un logro tecnológico extraordinario capaz de imitar ciertos resultados asociados con la inteligencia humana, esta tecnología “toma una elección técnica entre varias posibilidades basada ya sea en criterios bien definidos o en inferencias estadísticas. Los seres humanos, sin embargo, no solo eligen, sino que en su corazón son capaces de decidir” (Discurso en la Sesión del G7 sobre Inteligencia Artificial, Borgo Egnazia (Puglia) 14 de junio de 2024).
De hecho, el uso mismo de la palabra “inteligencia” en relación con la IA es un error, ya que la IA no es una forma artificial de inteligencia humana, sino un producto de ella. Cuando se utiliza correctamente, la IA ayuda a la persona humana a cumplir su vocación, en libertad y responsabilidad.
Como con toda actividad humana y desarrollo tecnológico, la IA debe estar ordenada a la persona humana y formar parte de los esfuerzos para lograr “una mayor justicia, una fraternidad más extensa y un orden social más humano”, que son “más valiosos que los avances en el campo técnico” (Gaudium et Spes, 35; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2293).
Sin embargo, existe el riesgo de que la IA se utilice para promover el “paradigma tecnocrático”, que percibe todos los problemas del mundo como resolubles únicamente mediante medios tecnológicos. Dentro de este paradigma, la dignidad humana y la fraternidad son frecuentemente subordinadas en la búsqueda de eficiencia, como si la realidad, la bondad y la verdad emanaran inherentemente del poder tecnológico y económico. Sin embargo, la dignidad humana nunca debe ser violada en aras de la eficiencia. Los desarrollos tecnológicos que no mejoran la vida de todos, sino que crean o agravan las desigualdades y los conflictos, no pueden llamarse verdadero progreso. Por esta razón, la IA debe ponerse al servicio de un desarrollo más saludable, más humano, más social e integral.
El progreso marcado por el amanecer de la IA requiere un redescubrimiento de la importancia de la comunidad y un renovado compromiso de cuidar la casa común que nos ha sido confiada por Dios. Para navegar por las complejidades de la IA, los gobiernos y las empresas deben ejercer la diligencia debida y la vigilancia. Deben evaluar críticamente las aplicaciones individuales de la IA en contextos particulares para determinar si su uso promueve la dignidad humana, la vocación de la persona humana y el bien común. Como con muchas tecnologías, los efectos de los diversos usos de la IA pueden no ser siempre predecibles desde su inicio. A medida que la aplicación de la IA y su impacto social se vuelven más claros con el tiempo, se deben hacer respuestas apropiadas en todos los niveles de la sociedad, según el principio de subsidiariedad, con usuarios individuales, familias, sociedad civil, corporaciones, instituciones, gobiernos y organizaciones internacionales trabajando en sus niveles propios para garantizar que la IA se dirija al bien de todos. Hoy, hay desafíos y oportunidades significativas cuando la IA se coloca dentro de un marco de inteligencia relacional, donde todos comparten la responsabilidad del bienestar integral de los demás.
Con estos sentimientos, ofrezco mis buenos deseos y oraciones para las deliberaciones del Foro, e invoco con gusto una abundancia de bendiciones divinas sobre todos los participantes.
Desde el Vaticano, 14 de enero de 2025
Fuente: Vatican.va [Inglés]