La Escalera Santa: 30 peldaños para el alma que busca la amistad con Dios
San Juan Clímaco, monje del siglo VII, autor de una de las obras más influyentes de la espiritualidad cristiana oriental.
Vivimos en un tiempo de ruido, distracción y ansiedad, donde el alma humana muchas veces se ve sofocada por la velocidad del mundo. Sin embargo, hay voces antiguas que siguen susurrando sabiduría eterna. Una de ellas es la de San Juan Clímaco, monje del siglo VII, autor de La Escalera del Paraíso —una de las obras más influyentes de la espiritualidad cristiana oriental.
En esta obra monumental, San Juan propone una escalera de treinta peldaños que conducen el alma desde el desapego del mundo hasta la unión con Dios. Inspirada en el sueño de Jacob (Génesis 28,12), esta escalera no es una simple metáfora, sino una ruta concreta, exigente y luminosa hacia la santidad. Trepar por ella requiere esfuerzo, discernimiento y gracia. Pero es también el camino más seguro para hallar la paz interior, la verdad de uno mismo y la plenitud que sólo Dios puede dar.
A continuación, te presento una guía con cada uno de los 30 escalones, acompañados de breves reflexiones. Que este recorrido no sea solo informativo, sino un impulso para tu propia conversión y crecimiento interior. No hay edad, estado de vida ni situación que impida comenzar a subir.
La obra puede ser dividida en tres partes principales. La primera de ellas podría considerarse como una Introducción ν está compuesta por los tres primeros Escalones (1° al 3°); la segunda parte está constituida por los veintitrés Escalones siguientes (4° al 26°); la tercera parte de "La Escala," está conformada por los últimos tres Escalones, que tratan (27° al 30°).
I. De la Renunciación
El camino espiritual comienza con una decisión radical: renunciar al mundo no como desprecio a lo creado, sino como un acto de amor exclusivo por Dios.
«Aquellos que emprenden este combate deben renunciar a todo y menospreciarlo todo, reírse de todo y rechazarlo todo, a fin de poseer un fundamento sólido. Este buen fundamento está sustentado por tres columnas: inocencia, ayuno y templanza, y todos los que se vuelven niños en Cristo deben comenzar por allí, tomando ejemplo de los que son niños en edad — en quienes no se puede encontrar perversidad ni disimulo, codicia desmedida ni vientre siempre insatisfecho, fuego de lujuria ni ardor salvaje en sus cuerpos— , porque conforme a la leña de los manjares se producen los incendios».
II. Del Desapego
Este paso invita a cortar los lazos interiores con todo lo que nos domina: bienes, opiniones, afectos desordenados. Es libertad interior.
«Camino estrecho es la aflicción del bien, la perseverancia en las vigilias, el agua con medida y el Pan con parsimonia, absorber la purificante poción de las humillaciones, soportar la mortificación de nuestra voluntad, el sufrimiento de las ofensas, el menosprecio de nosotros mismos, la paciencia sin murmuración, el tolerar las injurias, el no indignarse contra los que nos infaman, el no quejarse de los que nos desprecian, el no replicar cuando nos condenan. Bienaventurados los que caminan por esta senda, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
III. La Verdadera Peregrinación
No se trata de un viaje geográfico, sino de un éxodo interior. Salir de uno mismo y vivir como extranjero en este mundo, con la mirada puesta en el Reino.
«Peregrinación es el abandono constante y voluntario de todas aquellas cosas que nos impiden el propósito y el ejercicio de la piedad, que es honrar y buscar a Dios. Peregrinación es un corazón vacío de toda desconfianza, una sabiduría desconocida, una prudencia secreta, una vida retirada, un propósito secreto, amor del desprecio, apetito de angustias, deseo del amor divino, abundancia de caridad, renuncia a la vanagloria, un abismo de silencio».
IV. De la Bienaventurada Obediencia
La obediencia no es sometimiento ciego, sino confianza activa. En la tradición monástica, se convierte en instrumento de sanación del ego.
«Obediencia es obra sin examen previo, muerte voluntaria, vida sin curiosidad, puerto seguro, excusa delante de Dios, menosprecio del temor a la muerte, navegación sin miedo, camino que durmiendo se pasa. Obediencia es sepulcro de la propia voluntad y resurrección de la humildad».
V. De la Penitencia
Este escalón enseña que el camino hacia Dios pasa por el dolor de arrepentimiento. Pero también por la alegría de ser recibido nuevamente.
«Penitencia es un modo de renovar el santo Bautismo. Penitencia es acordar con Dios una nueva vida. Penitente es el hombre que compra humildad. Penitencia es repudio perpetuo de todo consuelo corporal […] Penitencia es hija de la esperanza y destierro de la desesperación. Penitente es el reo que está libre de confusión por la esperanza que tiene en Dios. Penitencia es reconciliación con el Señor, mediante la buena obra opuesta al pecado. Penitencia es purificación de la conciencia».
VI. Del Recuerdo de la Muerte
Pensar en la muerte no es morboso, sino liberador. Nos ayuda a ordenar nuestra vida según lo eterno y no según lo efímero.
«No te engañes, obrero irreflexivo, pensando que puedes reparar la pérdida de un tiempo con otro. Porque no basta el día de hoy para descargar perfectamente las deudas de hoy. Es imposible, dijo un sabio, vivir un día bien vivido si no se piensa que es el último. Y lo que es verdaderamente admirable: aun los gentiles sintieron que la suma de toda la filosofía era la meditación sobre la muerte».
VII. De la Aflicción Purificadora
El “llanto espiritual” por el pecado purifica el corazón. Es el dolor que sana, que abre la puerta a la ternura divina.
«La aflicción según Dios es tristeza del alma, disposición de un corazón penetrado por el dolor que busca con grandísimo ardor aquello que desea, lo cual, hasta no haberlo alcanzado, persigue laboriosamente, con solicitud y gimiendo dolorida; la aflicción es un aguijón de oro hincado en nuestro corazón por la santa tristeza, el cual despoja al alma de toda pasión y de toda afición a que pudiera atarse».
VIII. De la Mansedumbre
Una virtud que nace del dominio de uno mismo. El manso no se deja arrastrar por la ira, sino que vive desde la paz.
«Así como el agua arrojada poco a poco sobre el fuego termina por extinguirlo, así las lágrimas de una verdadera aflicción extinguen todas las llamas de la cólera y el furor. Por eso es conveniente que, habiendo tratado ya del llanto, tratemos ahora de la mortificación de la ira, que es el efecto que sigue a esta causa. Mortificación perfecta de la ira es un insaciable deseo de desprecios e ignominias, así como por el contrario la ambición es un apetito insaciable de honras y alabanzas».
IX. Del Resentimiento
Guardar rencor nos esclaviza. San Juan invita a perdonar desde el corazón, como acto de fe y de libertad.
«El resentimiento acrecienta el furor, es guardián de los pecados, odia la justicia, destruye las virtudes, envenena el alma, confunde en la oración, es ruina para la caridad, es como clavo hincado en el corazón, dolor agudo, amargura voluntaria, pecado perpetuo, maldad que nunca duerme y malicia a todas horas. Esta oscura y triste pasión es de las que son engendrados por otras, y a su vez es progenitor de otros vicios».
X. De la Maledicencia
Hablar mal de los demás es una forma de dañar a Cristo en sus miembros. La lengua debe ser instrumento de bendición, no de juicio.
«Ningún hombre sensato negará que del resentimiento nace la maledicencia. Es por eso conveniente poner fin a este vicio después que lo engendramos. La maledicencia es hija del odio, una enfermedad sutil pero grave; una sanguijuela que no sentimos pero que chupa el jugo de la caridad; es una simulación de amor, la causa de un corazón corrompido, la ruina de la pureza».
XI. De la Locuacidad y del Silencio
Hablar menos es orar más. El silencio interior permite que el alma escuche la voz de Dios.
«La locuacidad es la silla de la vanagloria, sobre la que ella se descubre y se muestra. Es la marca de la ignorancia, puerta de la calumnia, madre de la villanía, servidor de las mentiras, reina de la contrición, artífice de la pereza, destierro de la meditación y destrucción de la plegaria. Por el contrario, el silencio es madre de la oración, reparo de la distracción, examen de los pensamientos, atalaya de enemigos, incentivo de la devoción, compañero perpetuo del llanto, amigo de las lágrimas, recordatorio de la muerte […] progreso secreto para un secreto acercamiento a Dios.
XII. De la Mentira
No solo se trata de decir la verdad, sino de vivir con autenticidad. La mentira destruye la comunión con Dios.
«El fuego nace del pedernal, la mentira de la locuacidad y la murmuración. 2. La mentira es la destrucción de la caridad, el perjurio es la negación de Dios […] El fingimiento y la simulación engendran la mentira. Simular es mentir artificiosamente y se hace más pernicioso cuando se le anexa el juramento. El que teme a Dios está muy lejos de la mentira, ya que tiene un juez muy severo: su propia conciencia».
XIII. De la Pereza
La acedia o tibieza espiritual es uno de los mayores enemigos del alma. San Juan la combate con vigilancia y oración.
«La pereza es relajación del alma, muerte del espíritu, menosprecio por la vida monástica, odio de la propia profesión. Ella hace bienaventurados a los hombres del mundo y a Dios áspero y riguroso. Es pobre para cantar salmos, enferma para orar, de hierro para servir y pesada para obedecer. El hombre obediente está lejos de la pereza».
XIV. De la Gula
El desorden del apetito corporal refleja desorden interior. El ayuno es una herramienta de purificación y atención espiritual.
«La gula es la hipocresía del vientre, el que ya harto, nos hace creer que necesita más, y que lleno hasta reventar, nos dice que padece hambre. La gula es creadora de sabores y potajes y descubridora de nuevos regalos. Si le cierras una ventana, sale por otra; si apagaste una llama, prende otra y otra para vencerte. La gula obnubila la razón, de manera que nos hace creer en la necesidad de comer cuanto nos ponen delante, y junto con eso se traga el hombre la templanza, la penitencia, la compasión».
XV. De la Castidad
Más allá del celibato, la castidad es integración de cuerpo, mente y espíritu. Es vivir con pureza de intención.
«La castidad nos aproxima a la naturaleza incorpórea de los ángeles. La castidad es el aposento de Cristo. La castidad es escudo celestial del corazón. La castidad es abnegación de la naturaleza humana y vuelo maravilloso del cuerpo mental y corruptible hacia lo inmortal e incorruptible. Casto es el que con un amor venció otro amor; el que, con el fuego del espíritu, venció al de la carne».
XVI. De la Avaricia y de la Pobreza
No acumular bienes, ni materiales ni simbólicos. La verdadera riqueza es depender solo de Dios.
«Muchos doctos hombres ponen, después del tirano del cual tratamos, al espíritu de la avaricia, que tiene mil cabezas. Como no hay razón para que nosotros, pobres ignorantes, rompamos esa regla, hablaremos primero de esta enfermedad y luego de cómo remediarla. La avaricia o codicia genera ídolos, es hija de la infidelidad, inventora de enfermedades, profeta de la vejez, generadora de la esterilidad de la tierra y del hambre por venir».
XVII. De la Insensibilidad
Una de las tentaciones más sutiles: la dureza del corazón. El alma debe mantenerse tierna, sensible a la gracia y al prójimo.
«La insensibilidad, tanto si afecta al cuerpo o al espíritu, es muerte de todo sentimiento; resulta de una prolongada negligencia y lleva a la pérdida de toda sensación. La insensibilidad es negligencia convertida en hábito; es negligencia calificada; porque cuando arraigó y se apoderó del alma, se convierte por costumbre en dureza y obstinación habitual, así como el agua, helada por mucho tiempo, se convierte en cristal».
XVIII. Del Sueño y de la Oración en Comunidad
San Juan exhorta a una vida vigilante, en la que incluso el descanso esté ordenado hacia Dios.
«El sueño es el reparar las fuerzas de la naturaleza, es imagen de la muerte y descanso de los sentidos. El sueño es uno, pero tiene diversas razones. A veces procede de la naturaleza, otras del hartazgo, de la concupiscencia, y a veces también de los excesivos ayunos, pues la carne fatigada busca olvido en el sueño […] No mezcles el tiempo de la oración con otra ocupación. Da a cada cosa su tiempo».
XIX. De las Vigilias
La oración nocturna, cuando todo duerme, es poderosa. Las vigilias son señal de hambre de Dios.
«Cuando la jornada finaliza el comerciante se sienta y cuenta sus beneficios; lo mismo hace el buen monje al terminar el oficio de los salmos. Después de la oración vigila, y verás cuadrillas de demonios, que por haber sido combatidos en la oración, nos asaltan luego con pensamientos e imágenes. Vela, pues, a fin de reconocer a los que en un instante nos pueden robar lo ganado en mucho tiempo. Así es como hacen andar a los monjes cual cangrejos, ya hacia adelante, ya hacia atrás».
XX. De la Pusilanimidad
El temor paralizante debe ser superado por la confianza. La fortaleza nace de saberse sostenido por el Espíritu.
«Todos los pusilánimes son vanidosos, pues, en castigo de su soberbia, Dios permite que sean presa de esta vil pasión. Pero esto no significa que todos los que carecen de temor sean humildes, puesto que los ladrones y los violadores no son humildes y sin embargo carecen de temor».
XXI. De la Vanagloria en sus Múltiples Formas
Incluso nuestras virtudes pueden convertirse en motivo de orgullo. Este peldaño combate la necesidad de aprobación.
«Como el sol que brilla para todos por igual, así la vanagloria se regocija en todas nuestras actividades. Por ejemplo: si ayuno me alabo, y cuando suspendo el ayuno, para que no me señalen, pondero mi prudencia. Si visto bien me lleno de orgullo, si me visto mal exalto la pobreza de mis vestiduras. Cuando hablo, ella me domina, y lo hace también si callo. Es como un abrojo, de cualquier forma que le tome para librarme de él, siempre me punzará. El vanidoso es adorador de ídolos; aparenta honrar a Dios, pero lo que busca es complacer a los hombres y no a Dios».
XXII. Del Orgullo
Raíz de todos los pecados. El alma orgullosa se separa de Dios. La humildad es la medicina por excelencia.
«El orgullo es una negación de Dios, una invención de los demonios, el desprecio de los hombres, la madre del enjuiciamiento al prójimo, el rechazo de las alabanzas, un indicio de esterilidad, el alejamiento de la ayuda divina, el precursor del desorden del espíritu, el agente de las caídas, una disposición a la epilepsia, la fuente de la cólera, la entrada a la hipocresía, el apoyo de los demonios, el guardián de los pecados, el agente de la ausencia de misericordia, la ignorancia de la compasión, un inquisidor amargo, un juez inhumano, un adversario de Dios, la raíz de la blasfemia».
XXIII. De las Blasfemias
San Juan Clímaco advierte sobre pensamientos impuros o blasfemos que asaltan incluso a los más santos. No hay que temerlos, sino resistirlos.
«Dejemos de juzgar y de condenar a nuestro prójimo y no temeremos más los pensamientos blasfemos; pues el primer vicio es la causa y la raíz del segundo. Quien se encuentra encerrado en su casa escucha las palabras de los que pasan sin intervenir en su conversación; de la misma manera, el alma recogida en sí misma, al escuchar las blasfemias del demonio se perturba por lo que dice el demonio al pasar a través de ella».
XXIV. De la Simplicidad
El alma sencilla no se complica. Vive con transparencia, sin duplicidad, y encuentra descanso en la verdad.
«Todos los que deseamos conseguir el favor del Señor, acerquémonos a Él como discípulo del maestro, con toda simplicidad, sin hipocresía, sin maldad ni artificio ni complicaciones. En efecto, Él mismo es simple y sin complejidad y quiere que las almas que se le acercan sean simples e inocentes. Pues la simplicidad no se encontrará jamás separada de la humildad».
XXV. De la Humildad
Este peldaño es la coronación de los anteriores. La humildad es el fundamento firme de toda virtud.
«Este escalón nos presenta un tesoro encerrado para que podamos reconocer su valor en vasos de arcilla, es decir, en nuestro cuerpo. Ningún discurso puede hacer conocer sus cualidades. La inscripción misma que lleva en la parte de arriba no puede ser asida y les da un trabajo inmenso y sin fin a aquellos que intentan explicarlo con la ayuda de palabras. Ésta es la inscripción: "La santa humildad"».
XXVI. Del Discernimiento
Saber qué viene de Dios y qué no. El discernimiento es clave para no ser engañados ni por el mundo, ni por el demonio, ni por uno mismo.
«El discernimiento es y se define como la percepción cierta de la voluntad de Dios en toda ocasión, en todo lugar y en toda circunstancia; se encuentra solamente en los que son puros de corazón, de cuerpo y de boca. El discernimiento es una conciencia sin mancha y una sensibilidad purificada».

XXVII. Hesychía (la Paz Interior)
Silencio, recogimiento, quietud. El alma que ha vencido las pasiones empieza a gustar la paz de Dios.
«El amigo de la hesychía es aquel cuyo pensamiento, siempre despierto, se mantiene con valor e intransigencia en la puerta del corazón para destruir o rechazar los pensamientos que sobrevienen. Quien practique la hesychía con sentimiento de corazón comprenderá lo que acabo de decir; pero quien todavía es un niño no tiene experiencia de ello y lo ignora. El hesicasta dotado de conocimiento no necesita palabras, pues está iluminado por sus actos acerca de lo que quieren decir las palabras».
XXVIII. De la Oración
La oración ya no es esfuerzo, sino respiración. El alma se mantiene en la presencia de Dios como en su propio hogar.
«La oración es, en cuanto a su naturaleza, la conversación y la unión del hombre con Dios y, en cuanto a su eficacia, la madre y también la hija de las lágrimas, la propiciación para los pecados, un puente elevado por encima de las tentaciones, una muralla contra las tribulaciones, la extinción de las guerras, la obra de los ángeles, el alimento de todos los seres incorpóreos, la alegría futura, la actividad que no cesa jamás, la fuente de las gracias, el proveedor de los carismas, el progreso invisible, el alimento del alma, la iluminación del espíritu, el hada que cercena la desesperación, el destierro de la tristeza, la riqueza de los monjes, el tesoro de los hesicastas, la reducción de la cólera, el espejo del progreso, la manifestación de nuestra medida, la prueba del estado de nuestra alma, la revelación de las cosas futuras, el anuncio seguro de la gloria. Para el que reza verdaderamente, la oración es la corte de la justicia, la sala del juicio y el tribunal del Señor antes del juicio futuro».
XXIX. De la Impasibilidad
Estado de alma libre de pasiones. No es apatía, sino plena libertad interior.
«Es verdaderamente impasible, y puede ser reconocido como tal, quien volvió incorruptible su carne, elevó su intelecto por encima de las criaturas y sometió todos sus sentidos y mantiene su alma en presencia del Señor, tendiendo incesantemente hacia Él con un impulso que supera sus propias fuerzas. Algunos dicen que la impasibilidad es la resurrección del alma antes que la del cuerpo; otros, que es el conocimiento perfecto de Dios, sólo inferior al de los ángeles».
XXX. De la Caridad, la Esperanza y la Fe
El último escalón es la cima: el amor perfecto, la esperanza firme, la fe luminosa. El alma se une a Dios en comunión eterna.
«Después de todo lo que hemos dicho, sólo nos resta ahora hablar de estas tres virtudes que unen a todas las otras y aseguran su unión: la fe, la esperanza y la caridad; de todas, la más grande es la caridad (cf. 1 Co 13:13); ella es el nombre mismo de Dios (cf. 1 Jn 4:8-16). A medida que puedo comprender, comparo la primera con el rayo, la segunda con la luz y la tercera con la esfera (todo de un mismo sol), que juntos forman una sola claridad y un solo esplendor».

Una Escalera que También es para Ti
Este camino no es exclusivo de monjes ni de épocas pasadas. En cada alma que anhela a Dios, aún hoy, puede levantarse esta escalera. No importa si apenas comienzas o si has tropezado muchas veces: cada peldaño es una nueva oportunidad. Lo importante es no abandonar la subida.
La Escalera Santa nos recuerda que la vida espiritual no es improvisación, sino lucha amorosa y progresiva. Dios no pide perfección inmediata, sino corazón dispuesto. Por eso, esta obra sigue viva: porque es un espejo del alma humana y una brújula segura hacia lo eterno.
Te invito a meditar cada peldaño, con paciencia y humildad. A subir, aunque sea un poco, cada día. Y a descubrir que en lo alto de la escalera, no nos espera una idea, ni una fuerza, ni un consuelo… sino el mismo Cristo.