La “adolescentrización” de la sociedad actual y la pérdida de la sabiduría
Crisis de madurez en la sociedad actual
Vivimos en una sociedad que ha elevado la adolescencia como el modelo de vida ideal. La inmediatez, la rebeldía y la superficialidad se han convertido en valores dominantes, mientras que la madurez, la responsabilidad y la sabiduría son vistas como anticuadas o irrelevantes. Esta “adolescentrización” de la sociedad — si me permiten llamarla así — ha relegado a los ancianos, quienes, desde tiempos antiguos, han sido considerados custodios de la sabiduría y guías del pueblo. Recordemos lo que dice el libro del Levítico en el capítulo 19, 32:
«Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano; teme a tu Dios. Yo, Yahveh».
Esta tendencia no sólo afecta la estructura social, sino también la vida espiritual y moral de las personas.
La cultura de la inmadurez y la idolatría de la juventud
La sociedad contemporánea promueve una cultura donde el envejecimiento es visto como una desgracia y la juventud como un bien supremo.
1. El culto a la imagen y al hedonismo:
Se manifiesta como una búsqueda desmedida del placer inmediato y la evitación del sufrimiento a toda costa. La sociedad promueve el disfrute sensorial, la gratificación instantánea y el individualismo, mientras que valores como la entrega, el sacrificio y la trascendencia son relegados. El bienestar físico y emocional se convierten en el único criterio de felicidad, desconectando al ser humano de su dimensión espiritual. La enseñanza cristiana, en cambio, propone el dominio de las pasiones y el crecimiento en la virtud como camino hacia la verdadera felicidad.
«Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?» (Mateo 16, 24–26).
El Ejemplo de la película “La Sustancia” (2024)
Un film dirigido por Coralie Fargeat y protagonizado por Demi Moore, ofrece una crítica incisiva a la cultura hedonista contemporánea. La trama sigue a Elisabeth Sparkle, una actriz que, al enfrentar el declive de su carrera y la presión por mantener una apariencia juvenil, recurre a una droga clandestina que promete rejuvenecerla. Este recurso narrativo recuerda al “Retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, donde la búsqueda insaciable del placer y la juventud conduce a la autodestrucción. La película expone cómo la obsesión por el placer y la perfección física puede tener consecuencias devastadoras, ofreciendo una reflexión profunda sobre los peligros del hedonismo en la sociedad actual.
2. El miedo al compromiso:
Es una de las consecuencias de la cultura de la inmediatez. Muchos evitan decisiones definitivas, como el matrimonio, la vocación religiosa o incluso compromisos laborales a largo plazo, porque se ha promovido una idea de “libertad” entendida como ausencia de ataduras y de responsabilidades. Además, la cultura del descarte y el relativismo moral — de las cuales habnla tanto el Papa Francisco — llevan a que las relaciones humanas sean frágiles y efímeras, sin un verdadero sentido de entrega y fidelidad.
«En el fondo, hoy es fácil confundir la genuina libertad con la idea de que cada uno juzga como le parece, como si más allá de los individuos no hubiera verdades, valores, principios que nos orienten, como si todo fuera igual y cualquier cosa debiera permitirse […] Se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales» (Amoris Laetitiam 34).
La Iglesia nos enseña que el compromiso no es una carga, sino un camino de plenitud que nos permite amar con mayor profundidad y vivir según el plan de Dios.
3. Pérdida de la autoridad y del sentido de jerarquía:
La pérdida de la autoridad y del sentido de jerarquía en la sociedad actual es consecuencia del rechazo a toda forma de estructura y disciplina. Se ha instalado la idea de que toda autoridad es opresiva y que cada individuo debe ser su propia norma, lo que lleva al debilitamiento de la familia, la educación y la vida comunitaria.
Esta crisis afecta la transmisión de valores y el respeto por la experiencia de los mayores, generando un vacío de liderazgo y referencia. En la Iglesia, la autoridad es vista como un servicio, no como imposición, y la jerarquía tiene la misión de guiar con amor y verdad. Recuperar el respeto por la legítima autoridad es clave para restaurar el orden y la armonía en la sociedad.
«Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación.» (Romanos 13, 1–2).
El papel de los ancianos en la tradición bíblica y eclesial
Fuente: bibliaon.com
Desde tiempos antiguos, los ancianos han sido considerados pilares fundamentales en la comunidad del pueblo de Dios. En la Sagrada Escritura, eran los consejeros y líderes que guiaban con sabiduría, discerniendo la voluntad divina y velando por la justicia
«Pero elige de entre el pueblo hombres capaces, temerosos de Dios, hombres fieles e incorruptibles, y ponlos al frente del pueblo como jefes de mil, jefes de ciento, jefes de cincuenta y jefes de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo momento; te presentarán a ti los asuntos más graves, pero en los asuntos de menor importancia, juzgarán ellos. Así se aliviará tu carga, pues ellos te ayudarán a llevarla» (Éxodo 18, 21–22).
Su experiencia y conocimiento eran una fuente de luz para las nuevas generaciones, como lo señala el libro de los Proverbios:
«Cabellos blancos son corona de honor; y en el camino de la justicia se la encuentra» (Proverbios 16, 31).
En el Nuevo Testamento, encontramos ejemplos conmovedores de ancianos que, lejos de quedar relegados, jugaron un papel clave en la historia de la salvación. Simeón y Ana, ya en la vejez, fueron los primeros en reconocer a Jesús como el Mesías en el Templo de Jerusalén y proclamaron su llegada con gozo (cf. Lucas 2,25–38). Su testimonio nos recuerda que la misión de los mayores en la comunidad de fe no termina, sino que se transforma en enseñanza y ejemplo para las nuevas generaciones. La Iglesia ha mantenido este valor, reconociendo el papel de los ancianos en la transmisión de la fe. El Papa Francisco, en su exhortación Christus Vivit, destaca que los jóvenes tienen mucho que aprender de los mayores, pues ellos son la memoria viva de la Iglesia:
«Al mundo nunca le sirvió ni le servirá la ruptura entre generaciones. Son los cantos de sirena de un futuro sin raíces, sin arraigo. Es la mentira que te hace creer que sólo lo nuevo es bueno y bello. La existencia de las relaciones intergeneracionales implica que en las comunidades se posea una memoria colectiva, pues cada generación retoma las enseñanzas de sus antecesores, dejando así un legado a sus sucesores. Esto constituye marcos de referencia para cimentar sólidamente una sociedad nueva. Como dice el refrán: “Si el joven supiese y el viejo pudiese, no habría cosa que no se hiciese» (Christus Vivit, 191).
Sin embargo, en la sociedad actual, marcada por la “cultura del descarte”, los ancianos muchas veces son marginados y considerados una carga. El Papa lo denuncia en Evangelii Gaudium, advirtiendo que una sociedad que olvida a sus mayores pierde sus raíces y empobrece su identidad.
«Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos dado inicio a la cultura del «descarte» que, además, se promueve. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes» (Evangelii Gaudium, 53).
Recuperar el respeto y la escucha hacia los ancianos es un acto de justicia y un camino hacia una sociedad más sabia y arraigada en la verdad. La Iglesia nos invita a redescubrir su presencia como un don y a valorar su papel como guías y testigos de la fe.
Consecuencias de la “adolescentrización” en la sociedad

Fuente: santanderopenacademy.com
La “adolescentrización” de la sociedad ha traído consecuencias profundas que afectan el núcleo familiar, la educación y la vida espiritual. En la familia, el debilitamiento del respeto por los mayores ha generado una fractura generacional. Los jóvenes, al no recibir guía ni valores sólidos, crecen sin referentes claros, lo que debilita la estructura familiar y su capacidad de transmitir la sabiduría de una generación a otra (cf. Efesios 6,1–3).
En el ámbito educativo, la cultura del entretenimiento ha desplazado el aprendizaje profundo. Se fomenta la inmediatez y la distracción, lo que debilita el pensamiento crítico y la capacidad de sacrificio. En lugar de formar mentes sólidas y disciplinadas, la educación muchas veces se adapta a la demanda de gratificación instantánea, perdiendo su propósito fundamental de formar personas con criterio y fortaleza interior.
Esta mentalidad también afecta la fe, reduciéndola a una experiencia emocional y superficial. Sin raíces firmes, muchos abandonan su relación con Dios ante la menor dificultad, porque no han construido su vida sobre la roca de la verdad y el compromiso, sino sobre la arena de las emociones pasajeras (cf. Mateo 7,24–27). La madurez en la fe implica aprender a perseverar, a confiar en Dios más allá de los sentimientos y a vivir una relación profunda con Él.
Recuperar el equilibrio en estos ámbitos es esencial para restaurar una sociedad arraigada en valores sólidos, donde la madurez y la sabiduría vuelvan a ser referentes para la vida.
Una respuesta desde la fe católica
Ante la crisis de la “adolescentrización”, la fe católica ofrece un camino de restauración basado en la sabiduría y la madurez. Es fundamental recuperar la figura del anciano como maestro y guía, valorando su experiencia y aprendiendo de su testimonio de vida (cf. Job 12,12). Solo a través de este respeto por quienes han recorrido antes el camino, se puede recuperar la riqueza de la tradición y el conocimiento.
La Iglesia también llama a revalorizar la madurez cristiana, fomentando la responsabilidad, la paciencia y el compromiso con la verdad (cf. Filipenses 3,15). La vida cristiana no se basa en la búsqueda de placeres inmediatos, sino en un crecimiento constante hacia la plenitud en Cristo.
Es necesario encontrar un equilibrio entre la juventud y la experiencia, donde la energía y creatividad de los jóvenes se complementen con la sabiduría de los mayores, construyendo así una sociedad más armoniosa y con bases firmes (cf. Amoris Laetitia, 191).
Para ello, la Iglesia nos ofrece modelos de santidad en todas las etapas de la vida. Santos como San Benito, Santa Teresa de Jesús y San Juan Pablo II demostraron que la verdadera grandeza no está en prolongar artificialmente la juventud, sino en vivir con madurez, integridad y entrega a Dios en cada momento de la existencia.
Remedio → Volver a la verdadera madurez
La “adolescentrización” de la sociedad ha generado una cultura de inmadurez que priva a las personas de un crecimiento auténtico y de un sentido profundo de la vida. Para revertir esta tendencia, es fundamental recuperar el valor de la madurez como un camino hacia la plenitud, no como una carga, sino como una riqueza que permite alcanzar la verdadera sabiduría. La madurez no significa perder la vitalidad o el entusiasmo, sino aprender a vivir con profundidad, responsabilidad y amor a la verdad.
La auténtica juventud, aquella espiritual, no se funda en una obsesión por la apariencia o la negación del paso del tiempo, sino en mantener un corazón abierto a Dios y a su gracia que transforma.
Cuando una sociedad honra y respeta a sus mayores, reconociéndolos como fuentes de sabiduría y guía, está construyendo un futuro más sólido, arraigado en valores que perduran. En esto la Iglesia es muy sabia, tiene experiencia y por ello nos enseña que cada etapa de la vida es un don y tiene un propósito en el plan de Dios. Como lo expresa el Salmo 92,14: “Aun en la vejez darán fruto, estarán lozanos y frondosos”.
Nuestra misión es volver nuevamente la mirada a los mayores, a aquellos que han desgastado su vida entera por cuidar a las nuevas generaciones, por enseñarles y guiarles en el camino del bien; ellos merecen todo nuestro respeto, escucha y atención.
Lectura recomendada

“Generación idiota: Una crítica al adolescentrismo” de Agustín Laje
Analiza cómo las ideologías centradas en la adolescencia han ganado preeminencia en el siglo XXI, influyendo en diversos aspectos de la sociedad contemporánea. Laje sostiene que esta mentalidad adolescente moldea la cultura, la política, el lenguaje y las preferencias estéticas, afectando incluso a instituciones fundamentales como la familia. Su libro ofrece una reflexión profunda sobre las consecuencias de esta tendencia y su impacto en la estructura social.