Esta era la opinión del Card. George Pell sobre el Sínodo de la Sinodalidad
Escrito poco antes de su muerte y publicado por The Spectator, deja entrever algunos problemas que trae consigo el Sínodo convocado por el Papa Francisco en 2021
Poco antes de fallecer el martes, el cardenal George Pell escribió el siguiente artículo para The Spectator, en el que hablaba sobre el “Sínodo sobre la sinodalidad” como una “pesadilla tóxica”. No sabía que estaba a punto de morir cuando escribió este texto. Fue publicado el 11 de enero de 2023 bajo el título: “La Iglesia Católica debe liberarse de esta ‘pesadilla tóxica’”.
Escrito por el Cardenal George Pell
El Sínodo de los Obispos de la Iglesia Católica está ocupado construyendo lo que consideran el “sueño de Dios” sobre la sinodalidad. Desafortunadamente, ese sueño divino se ha convertido en una pesadilla tóxica, a pesar de las buenas intenciones profesadas por los obispos.
Han producido un folleto de 45 páginas que recoge las discusiones de la primera etapa de “escucha y discernimiento”, llevada a cabo en muchas partes del mundo, y es uno de los documentos más incoherentes jamás enviados desde Roma.
Damos gracias a Dios porque el número de católicos en el mundo, especialmente en África y Asia, está creciendo. Sin embargo, el panorama es muy diferente en América Latina, donde hay pérdidas frente a los protestantes y los secularistas.
Con una total falta de ironía, el documento se titula “Ensanchad el espacio de vuestra tienda”. El objetivo de este ensanchamiento no es acoger a los recién bautizados —aquellos que han respondido al llamado a arrepentirse y creer— sino a cualquiera que tenga cierto interés en escuchar. A los participantes se les insta a ser acogedores y radicalmente inclusivos: “Nadie está excluido”.
¿Qué pensar de este popurrí, de esta efusión de buena voluntad estilo New Age?
El documento no exhorta siquiera a los católicos participantes a hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28, 16-20), ni mucho menos a predicar al Salvador a tiempo y a destiempo (2 Timoteo 4, 2).
La primera tarea de todos, y especialmente de los maestros, es “escuchar en el Espíritu”. Según esta reciente actualización de la Buena Nueva, la sinodalidad como forma de ser Iglesia no debe definirse, sino simplemente vivirse.
Gira en torno a cinco “tensiones creativas”, comenzando por la inclusión radical y avanzando hacia la misión con un estilo participativo, practicando la “corresponsabilidad con otros creyentes y personas de buena voluntad”. Se reconocen las dificultades, como la guerra, el genocidio y la brecha entre clero y laicado, pero los obispos afirman que todo puede sostenerse con una espiritualidad viva.
La imagen de la Iglesia como una tienda en expansión con el Señor en el centro proviene de Isaías, y su propósito es subrayar que esta tienda es un lugar donde las personas son escuchadas y no juzgadas, no excluidas.
Así, leemos que el pueblo de Dios necesita nuevas estrategias; no disputas ni enfrentamientos, sino diálogo, donde se rechace la distinción entre creyentes y no creyentes. El pueblo de Dios debe escuchar, insiste el documento, el clamor de los pobres y de la tierra.
Debido a las diferencias de opinión sobre el aborto, la anticoncepción, la ordenación de mujeres al sacerdocio y la actividad homosexual, algunos sostienen que no se pueden establecer ni proponer posturas definitivas sobre estos temas. Esto también se aplica a la poligamia y al divorcio con nuevo matrimonio.
Sin embargo, el documento es claro respecto al problema especial de la posición inferior de la mujer y los peligros del clericalismo, aunque se reconoce la contribución positiva de muchos sacerdotes.
¿Qué pensar de este popurrí, de esta efusión de buena voluntad estilo New Age?
No es un resumen de la fe católica ni de la enseñanza del Nuevo Testamento. Es incompleto, hostil en aspectos significativos a la tradición apostólica, y en ningún lugar reconoce al Nuevo Testamento como Palabra de Dios, normativa para toda enseñanza sobre fe y moral. Se ignora el Antiguo Testamento, se rechaza el patriarcado y no se reconoce la Ley Mosaica, incluidos los Diez Mandamientos.
Se pueden hacer dos observaciones iniciales. Los dos sínodos finales en Roma, en 2023 y 2024, deberán aclarar su enseñanza sobre cuestiones morales, ya que el relator (escritor y coordinador principal), el cardenal Jean-Claude Hollerich, ha rechazado públicamente las enseñanzas básicas de la Iglesia sobre la sexualidad, alegando que contradicen la ciencia moderna. En tiempos normales, esto habría significado que su continuidad como relator era inapropiada, incluso imposible.
Los sínodos deben elegir si son servidores y defensores de la tradición apostólica en fe y moral, o si su discernimiento los impulsa a afirmar su soberanía sobre la enseñanza católica. Deben decidir si las enseñanzas básicas sobre el sacerdocio y la moral pueden quedar aparcadas en un limbo pluralista donde algunos redefinen los pecados a la baja y la mayoría acepta respetuosamente las diferencias.
“Ensanchad la tienda” reconoce los fallos de los obispos
Fuera del sínodo, la disciplina se está relajando —especialmente en el norte de Europa—, donde algunos obispos no han sido reprendidos, incluso después de afirmar que un obispo tiene derecho a disentir. Ya existe un pluralismo de facto en algunas parroquias y órdenes religiosas respecto, por ejemplo, a la bendición de la actividad homosexual.
Los obispos diocesanos son sucesores de los apóstoles, principales maestros en cada diócesis y centro de unidad local para su pueblo, así como de unidad universal en torno al Papa, sucesor de Pedro. Desde el tiempo de san Ireneo de Lyon, el obispo es también garante de la fidelidad continua a las enseñanzas de Cristo, la tradición apostólica. Son gobernantes y, a veces, jueces, además de maestros y celebrantes sacramentales, y no simples figuras decorativas ni sellos de aprobación.
“Ensanchad la tienda” reconoce los fallos de los obispos, que a veces no escuchan, tienen tendencias autocráticas y pueden ser clericalistas e individualistas. Hay señales de esperanza, de liderazgo eficaz y cooperación, pero el documento opina que deben destruirse los modelos piramidales de autoridad, y que la única autoridad genuina proviene del amor y el servicio. Se debe subrayar la dignidad bautismal, no la ordenación ministerial, y los estilos de gobierno deberían ser menos jerárquicos y más circulares y participativos.
Los principales actores en todos los sínodos católicos (y concilios) y en todos los sínodos ortodoxos han sido los obispos.
De manera suave y cooperativa, esto debe ser afirmado y puesto en práctica en los sínodos continentales para que las iniciativas pastorales se mantengan dentro de los límites de una doctrina sana. Los obispos no están simplemente para validar un proceso o emitir un nihil obstat a lo que han presenciado.
Ninguno de los participantes del sínodo —laicos, religiosos, sacerdotes u obispos— se ve beneficiado por la norma del sínodo que prohíbe votar y proponer resoluciones. Transmitir únicamente las opiniones del comité organizador al Santo Padre, para que él decida, es un abuso de la sinodalidad, una marginación de los obispos, injustificada por la Escritura o la tradición. No es un proceso legítimo y es susceptible de manipulación.
Por amplia mayoría, los católicos practicantes no respaldan las conclusiones actuales del sínodo. Tampoco hay mucho entusiasmo en los niveles altos de la Iglesia. Las reuniones continuas de este tipo profundizan divisiones, y unos pocos informados pueden aprovechar la confusión y la buena voluntad. Los ex-anglicanos entre nosotros tienen razón al identificar la creciente confusión, el ataque a la moral tradicional y la introducción en el diálogo de jerga neo-marxista sobre exclusión, alienación, identidad, marginación, los sin voz, LGBTQ, así como el desplazamiento de nociones cristianas de perdón, pecado, sacrificio, sanación, redención. ¿Por qué el silencio sobre la vida eterna, el castigo o la recompensa, sobre las postrimerías: muerte, juicio, cielo e infierno?
Hasta ahora, el camino sinodal ha descuidado, incluso relegado, lo Trascendente, ha encubierto la centralidad de Cristo con apelaciones al Espíritu Santo y ha fomentado el resentimiento, especialmente entre los participantes.
Los documentos de trabajo no forman parte del magisterio. Son solo una base para la discusión, que debe ser juzgada por todo el pueblo de Dios, y especialmente por los obispos con y bajo el Papa. Este documento de trabajo necesita cambios radicales. Los obispos deben comprender que hay trabajo por hacer, en nombre de Dios, más pronto que tarde.