Card.Sarah: «La auténtica espiritualidad consiste en permanecer ante Dios en silencio, porque Él actúa»
Sobre el emotivismo y la protestantización de la Iglesia Católica
Hoy, en amplios sectores de la Iglesia católica, parece haber penetrado una espiritualidad con algún rasgo protestante. Lo afirmamos sin prejuicio hacia nuestros hermanos separados. Es sólo una anotación de paso. En la espiritualidad protestante, si bien aquí no sea posible distinguir entre los muchos tipos de protestantismo existentes, cabe afirmar que el aspecto de sentirse salvados es fundamental. Este sentimiento de la propia salvación varía luego de múltiples formas según las numerosas corrientes del protestantismo. La espiritualidad de un luterano clásico, por ejemplo, no se corresponde con las de las recientes corrientes pentecostales. En cualquier caso, es así: para el protestante es fundamental saber de algún modo que está justificado. En cambio, para los católicos lo más importante no es saber o experimentar, sino poseer los elementos de certeza moral para estimar prudentemente que se está en gracia de Dios. Es menos cuestión de experiencia que de objetividad. Esto, al menos, de acuerdo con la espiritualidad católica clásica.
La Liturgia ¿algo repetitivo y aburrido?
Decíamos que recientemente la sensibilidad por la experiencia de la gracia ha penetrado en amplios sectores eclesiales. Esto se nota tanto en las prácticas espirituales como en la Liturgia. Uno de los motivos, por ejemplo, por el que muchos sacerdotes cometen abusos litúrgicos, introduciendo en los ritos sagrados lo que no está previsto en las normas de la Iglesia, consiste justo en que consideran que el rito, de observarse con fidelidad, resultaría repetitivo y aburrido. De ahí —añaden— que haya que hacer algo para personalizarlo, para hacerlo nuestro , o bien —como se oye con frecuencia— para que la celebración se sienta. En este caso, el verbo sentir no hace referencia a la facultad auditiva, o sea, no quiere aludirse a que los fieles puedan escuchar las palabras que se dicen. No. Sentir, en este caso, hace referencia directa a los sentimientos subjetivos. Los fieles han de sentirse implicados en la acción litúrgica, experimentar un sentimiento de alegría, y aun de euforia, entrar en un estado de exaltación durante la celebración. Con este planteamiento, ese sentir no es posible si se respeta el rito tal como la Iglesia lo ha establecido.
El silencio en la Adoración Eucarística
Cabe agregar otros ejemplos. Uno de ellos relativo a los ratos de silencio, tanto en la Liturgia como en otros momentos de oración. En numerosos sitios se nota una auténtica incapacidad de permanecer en silencio delante del Señor. El salmo 39, 10 dice, dirigiéndose a Dios: «Enmudecido, no abro la boca, porque eres tú el que obra». Es una frase muy bonita, que expresa bien el espíritu de oración y de adoración. Ante el Señor no necesitamos decir muchas palabras. Recordemos el famoso episodio de aquel campesino de la parroquia de Ars que pasaba largos ratos en la iglesia, ante el sagrario. Un día, el santo Cura le preguntó cómo empleaba el tiempo, qué hacía, en qué pensaba, qué le decía al Señor durante sus prolongadas visitas. Y el campesino le respondió: —Nada, señor cura. Yo lo miro y Él me mira. Quizá aquel buen hombre no conocía el versículo 10 del salmo 39, ¡pero ciertamente lo vivía!
El espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu mismo aboga por nosotros con gemidos inenarrables. Y el que escudriña los corazones sabe qué desea el Espíritu, porque intercede por los santos según los designios de Dios (Romanos 8, 26-27).
El silencio del Espíritu Santo
Enmudecido, no abro la boca, porque eres tú el que obra. El Espíritu Santo es silencioso, no habla casi nunca. Icono del Espíritu Santo es san José, que en los Evangelios no habla jamás, pero actúa, ¡y cómo! El Espíritu Santo no toca la trompea delante de sí como los fariseos, cuando hace algo bueno por nosotros. Lo hace y basta. No nos percatamos de su presencia y de su acción más que por los dones que regala y los frutos que produce. Y de ahí aprendemos nosotros que la auténtica espiritualidad consiste en permanecer ante Dios en silencio, porque Él actúa.
Incapacidad de silencio
Volvamos a lo que decíamos sobre la incapacidad de silencio por parte de tantos sacerdotes y fieles de hoy. Sabemos que el rito de la Misa aprobado por Pablo VI prevé explícitamente momentos de silencio sagrado. Pero en la actualidad, ¿cuántos sacerdotes los observan? Y lo mismo es válido fuera de la Misa. Por ejemplo, cuando se tiene adoración eucarística en una parroquia puede ser conveniente leer algún breve pasaje de la Biblia o de un libro de un santo, para ayudar a la meditación y la contemplación. Sin embargo, ocurre a menudo que la entera hora de adoración se llena de lecturas y de cantos. E incluso los momentos que estarían destinados al silencio, también ahí se pone de trasfondo una grabación musical que acompañe el silencio. Ahora bien, ¿ese trasfondo musical acompaña de veras el silencio o lo anula? ¿Lo destruye?
¿«Emoción» o «moción» espiritual?
Tampoco falta con frecuencia una deriva sentimental, ya sea en los textos que se leen como en los cantos que se entonan. ¿De dónde viene este emotivismo espiritual? Probablemente de la idea que señalábamos más arriba: que hay que actuar de forma que, durante la oración, sintamos la emoción del Espíritu Santo. Aquí, sin embargo, podría acecharnos una trampa. El Espíritu de Dios, sin duda, es quien nos transmite las mociones, es decir, suscita los movimientos interiores de nuestro espíritu creado, haciéndonos percibir una atracción espiritual hacia lo verdadero, lo bello y lo bueno y, por tanto, fomentando nuestra conversión. Ahora bien, las mociones del Espíritu Santo, aun cuando no rara vez vayan acompañadas de cierto sentimiento, no coinciden tal cual con las emociones.
Hay que estar atentos, sobre todo, a no identificar cualquier percepción del Espíritu Santo con las sensaciones ingeniosamente producidas mediante técnicas de oración o creaciones pseudolitúrgicas. En este caso, el hombre sustituiría a Dios. Ya no se trataría del Espíritu Santo que, como enseña el Señor, sopla donde quiere. Aquí el Espíritu debería soplar donde y cuando queramos nosotros. Tendría que ponerse al servicio del buen éxito de nuestros encuentros religiosos, garantizando y asegurando que todos se sientan satisfechos en tales circunstancias.
La multisecular experiencia espiritual de los santos muestra que las cosas no son así. El Espíritu Santo puede ciertamente donar una íntima sensación de paz y de alegría, y muchas veces así lo hace. Pero lo hace como, cuando y dónde Él quiere, cuando ve que eso es bueno para nosotros. En muchos otros momentos, el Espíritu Santo puede incluso obrar en nosotros bajo forma de desolación, tal como muestran —por citar solo dos nombres— los grandes santos carmelitas Teresa de Ávila y Juan de la Cruz. No sólo el gozo espiritual, sino también la noche oscura son formas en que el Espíritu Santo se manifiesta y obra.
El sacerdote debe secundar las mociones espirituales
En definitiva, en su camino de santidad el sacerdote no está llamado a buscar las sensaciones, no ha de perseguir el sentirse bien personal. Debe secundar, en cambio, las mocione espirituales que lo orientan al bien y despiertan en él el celo misionero por la salvación de las almas. Y esto tanto si tales mociones se reciben con el alma alegre, como si se presentan en momentos de desaliento, humillación o desolación.
La santidad no es un estado de ánimo, sino algo objetivo. Es importante citar al respecto el versículo 5 del capítulo 2 de la Carta a los Filipenses. Sabemos que Filipenses 2, 5-11 contiene el famoso himno cristológico, en el que se describe la parábola descendente y ascendente de Cristo, el cual, aun siendo de condición divina, se humilla a sí mismo hasta la cruz y después fue exaltado a la gloria. Pues bien, ese himno lo introduce san Pablo así: «Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús». Así se traduce habitualmente. Pero hemos de entender qué son esos sentimientos de Jesús. En el original griego, san Pablo no usa un sustantivo, sino un verbo: phronéite. El término phronéin no indica los sentimientos superficiales y pasajeros, sino el pensamiento y la acción que traen consigo. Por tanto, san Pablo dice a los filipenses, y a todos nosotros: obrad coherentemente con el recto pensamiento, tal como hizo Cristo, el cual, aun siendo Dios, se humilló, etc. ¡Estos son los sentimientos de Cristo! Pensamiento recto y recta acción. Se trata de cosas objetivas, no de estados de ánimo.
Es triste ver cómo en algunos, más aún, en muchos seminarios ya desde hace décadas, se enseña a los futuros sacerdotes un modo de rezar subjetivo y sentimentalista. El seminario debería semejarse más a una escuela de adiestramiento militar, donde se templan los jóvenes cadetes para las futuras batallas, que no a una escuela de técnicas seudopsicológicas de índole sentimentalista. Recuperemos, pues, una sana visión de la santidad, que implica también la virilidad propia del ministro de Dios.
Extracto del libro “Al servicio de la verdad” del Card. Robert Sarah (2021), Editorial Palabra, págs. 51-56.