La reparación al Corazón de Jesús

eparar es una obra de justicia que busca compensar por el pecado cometido.

El acto de consagración al Sagrado Corazón nos recuerda que esta devoción acentúa la mediación redentora de Jesucristo, sin embargo este elemento se conecta perfectamente con la acción reparadora que pedía el corazón de Cristo a santa Margarita María, pues se trataba del devolver amor por amor, de tal modo que la mejor manera de satisfacer a la frialdad del hombre sería la adoración y la consagración de sí al amor de Dios. Reparar es una obra de justicia que busca compensar por el pecado cometido. Sobre la consideración del amor de Cristo en su sagrado Corazón podemos decir que es un amor que es despreciado y maltratado, ese amor divino, espiritual y sensible, no es correspondido por los hombres, es un amor que sufre y al que para devolver el honor debido, hay que amar.

«La doctrina cristiana…tiene tres principios sobre los cuales establece todo su ejercicio: la abnegación de sí mismo, que es mucho más que privarse de placeres; llevar la cruz, que es  mucho más que soportarla; seguir a Nuestro Señor no sólo renunciándose a sí mismo y llevando la cruz propia, sino también practicando toda suerte de buenas obras. Sin embargo, no se demuestra tanto el amor abnegándose y obrando cuanto padeciedo» (San Francisco de Sales)

Si en un primer momento se busca corresponder al amor de Jesús, el cristiano no puede luego sino querer satisfacer por aquellos que no le corresponden, a eso se refiere la reparación, ella busca cumplir con el deber de enmendar por las injurias recibidas. La reparación tiene su fundamento en el acto de Redención cumplido por Jesucristo, a causa del pecado la justicia divina fue lesionada, y para ser sanada exige una satisfacción de parte del hombre. El misterio pascual es el modo en el que Jesús pagó por los hombres para suplir a la deuda que se tenía.

Así el acto de reparación es una satisfacción a la justicia divina, pero en el Corazón de Jesús se encuentra más que eso, se trata de una participación al amor redentor de Cristo por el hombre, es un sufrimiento por unión de amor. La reparación no es sólo arrepentirse por el pecado cometido sino dar el amor debido que no ha sido correspondido. El pecado “afecta” a Dios en cuanto, que le impide consumar su amor hacia el hombre, un amor que se ha sido dado de forma gratuita en una un relación que está por encima de todo aquello a lo que el hombre podría tener derecho como criatura, esto no afecta en nada la naturaleza divina, ya que el pecado sólo afecta de modo efectivo al hombre pero muestra en que sentido se hiere, se causa sufrimiento, a Dios. Esta caracterísitca del amor divino la vemos en Lc 19, 41ss cuando Jesús llora por la neecedad de Jerusalén Por un lado, la reparación ofrece la idea de una satisfacción a Dios por el pecado, ya que este es una ofensa personal ante Dios, es un rechazo a su Señorío y Amor, en sentido repara la relación entre Dios y los hombres. Pero el pecado también ha hecho que el hombre se alejase de la vida eterna, y esto afecta también a las demás creaturas, esto significa que la obra de Dios queda herida, por lo que la reparación ofrecida por la reparación de Cristo restaura el orden en la obra divina, renueva en sí todas las cosas. Así se habla en el primer caso del aspecto subjetivo y, en el segundo, del aspecto objetivo de la Reparación realizada por Cristo en la Redención.

El sacrificio de Cristo, a diferencia del de la Antigua Ley, es un sacrificio único, definitivo (de una vez por todas) y eterno, en cuanto que se consuma en el cielo por medio de la resurrección, perpetuando Cristo eternamente su ofrenda al Padre como sacerdote y víctima que intercede por nosotros. La reparación como se entiende modernamente en cuanto término es reciente sin embargo la práctica de la misma se puede atestiguar en los origenes de la fe en las diversas prácticas penitenciales. Y es que «el acto de reparación tiene como sujeto la Iglesia, como materia la ingratitud de sus miembros, como objeto la persona del Redentor y como naturaleza el amor» (Eduardo Glotin).

El Corazón de Cristo nos revela que, al asumir nuestra naturaleza humana y una vez incorporados a Él por el bautismo en la Iglesia, también podemos unirnos a su amor redentor y reparar por los pecados cometidos, es decir nos hace gozar de los beneficios de su Reparación y nos hace capaces de poder ofrecernos también nosotros mismos en unión a Él. Cristo ofrece en sí el sacrificio de expiación por los hombres, lo atestigua el mismo en «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida en rescate de los muchos» (Mc. 10, 45). San Pablo dirá que se entregó por nosotros (cf. Ef 5, 2) y en da una connotación expiatoria a la Eucaristía (cf. 1 Cor 11) e invita a los cristianos unirse en este sacrificio “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este es vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1). Asimismo menciona la posibilidad de ofrecerlo para el provecho de otros cuando dice “Ahora me alegro de mis sufrimientos por vosotros: así completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24).

El padre Reginald Garrigou-Lagrange explicará el deber de la reparación desde un punto de vista moral en atención a expiar la pena temporal, ya que en el cometer un pecado mortal hay dos movimientos, por una parte el rechazo de Dios, y por otro la atracción hacia una creatura en lugar de Dios, la primera genera la pena eterna, la segunda la pena temporal; y aunque por la conversión y la Confesión sacramental es perdonada la pena eterna aún queda reparar la pena temporal, es decir reparar el desorden del afecto por la creatura en lugar del Creador. El pecado venial aunque no merece la pena eterna, si la temporal aunque ésta en menor grado, por lo que siempre existe el deber de reparar. Este deber en la espiritualidad del Corazón de Jesús se lleva a cabo en primer lugar a través del aceptar las pruebas que puedan ocurrir así como ofrecer las consolaciones que se vivan, sea que vengan de Dios, sea que vengan de los hombres.

La reparación es inseparablemente contrición dolorosa, aceptación de las pruebas y ofrenda gozosa, al Corazón de Jesús, de todos los gozos compensadores que le vienen del Padre y de los hombres; esa reparación glorificadora, implícitamente consoladora, constituye una respuesta de amor a la revelación de nuestra reparación por Cristo, ofrecida al Padre en nuestro nombre. Así la reparación subjetiva ofrecida al Corazón de Jesús por los cristianos está ella misma perfectamente enraizada en la reparación objetiva que el continúa a ofrecer en nuestro favor en el sacrificio eucarístico. Así habrá quien en la reparación distinga dos momentos, en primer lugar, la consolación de Jesucristo por los dolores padecidos en compensación por el pecado del hombre, en segundo lugar, contemplando al Cristo sufriente, contemplando sus sentimientos, se sube a la satisfacción por el Amor de Dios, que ha sido despreciado por el hombre al pecar.

La espiritualidad al Sagrado Corazón contempla en la línea de la reparación un ejercicio particular de oración que tiene por objeto busca consolar a Jesús que en el Huerto de los olivos sufrió la agonía por los pecadores, será un reconocer su amor retribuyendo amor a Aquel que dió su vida por la salvación del género humano, esta práctica se unirá a la adoración eucarística que ya con la fiesta de Corpus Christi buscaba realizar el mismo objetivo reparador, dandole así un tributo especial al amor de Cristo. En la Eucaristía se actualiza de modo particular la espiritualidad del Sagrado Corazón, porque junto con su Pasión es el testimonio del gran amor de Dios por los hombres, es más por su presencia real en las especies eucarísticas Jesús se encuentra siempre cercano al hombre, por ello los ejercicios de reparación están en línea con la devoción eucarística. La reparación produce frutos de caridad, puesto que hace que el hombre salga de sí mismo para entrar en el Yo de Cristo, participando de su triple amor, de modo tal que ama unido a Él, y amando a Jesús, ama lo que Él ama, por lo que entra en la plena comunión de los santos en el cuerpo místico de Cristo. El Papa Pio XI recuerda como a la devoción al Sagrado Corazón está vinculada la reparación por las ofensas cometidas a tan grande amor, la propone como remedio contra los males socioeconómicos que se vivían en la época, pues reconoce que tienen su origen en el corazón del hombre por la sed de avaricia, así la oración y penitencia a la que invita la reparación desenraizará de los hombres la avaricia, pues «El hombre que ruega mira arriba, es decir, a los bienes del cielo que medita y desea, todo su ser se hunde en la contemplación del admirable orden creado por Dios, que no conoce el frenesí de los acontecimientos ni se pierde en fútiles competencias de siempre mayor velocidad» (Pío XI), de ese modo se reordena su interior y en su actividad externa obrara consecuentemente. 

La fuente de donde mana todo fruto de la expiación que ofrecen los Cristianos es el sacrificio cruento de Cristo que se actualiza en la celebración santa Eucaristía, y en el que se unen a Cristo sus fieles como su místico cuerpo en oblación total al Padre. 

“Y cuanto más perfectamente respondan al sacrificio del Señor nuestra oblación y sacrificio, que es inmolar nuestro amor propio y nuestras concupiscencias y crucificar nuestra carne con aquella crucifixión mística de que habla el Apóstol, tantos más abundantes frutos de propiciación y de expiación para nosotros y para los demás percibiremos” (Papa Pío XI).

Una imagen que ayuda a entender las consolaciones ofrecidas al Corazón de Cristo es la del ángel que aparece reconfortándolo en el evangelio de san Lucas, así como nuestros pecados fueron ocasión de sus sufrimientos, nuestros actos de amor son ocasión de su consuelo, «si a causa también de nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo se le apareció para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias» (Pío XI) . El verdadero devoto del Sagrado Corazón es amante de la cruz, pues en ella se manifesto el amor de Dios por la humanidad, es en donde muestra el amor por los hombres. Es ahí donde se manifiesta el misterio de la redención y la donación de los sacramentos.

“Se trata aún hoy de conducir a los fieles a fijar la mirada adorante en el misterio de Cristo, Hombre-Dios, para convertise en hombres y mujeres de vida interior, personas que sienten y viven la llamada a la vida nueva, a la santidad, a la reparación, que es la cooperación apostólica a la salvación del mundo, personas que se preparan a la nueva evangelización, reconociendo al Corazón de Cristo como corazón de la Iglesia: es urgente para el mundo comprender que el cristianismo es la religión del amor” (San Juan Pablo II).

La reparación ciertamente es en primer lugar y con razón un deber de justicia ante la gran bondad que el Señor muestra hacia sus criaturas y la ingratitud con que se le corresponde, sin embargo, no este dolor de ver como el Amor no es amado, debe dar origen por un lado a la oración asociandonos a sus sufrimientos, pero por otro lado a la misión, sí, reparación y misionariedad están intimamente ligadas, sabiendo que Jesús arde de deseos de comunicar su amor a todos los hombres ¿podremos quedarnos de brazos cruzados? ¿Acaso no buscaremso también nosotros buscar apagar la sed del que en el madero de la Cruz buscaba saciarse con nuestro amor? La espiritualidad del Sagrado Corazón bajo sus dos actos de consagración y de reparación nos hace realmente misioneros del amor, buscamos que todos le conozcan, que todos le amen, que Él mismo nos use como canales para llevar la gracia de su bondad a todos los rincones de la tierra, que su Amor lata en nuestros pequeños corazones para que llegando a todos los hombres estos se vuelquen en un homenaje de amor hacia Él.

Reparar también indica salir a la calle, llevar el amor, hacer amar al Amado. Conducir a los hombres hacia Él, anunciando a toda criatura el kerigma: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte» (Papa Francisco, Evangelii Gaudium n.164).


Tomado del blog En el Corazón de Jesús del P. Juan Carlos Cuéllar Serrano (El Salvador).

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