¿Quieres permanecer fiel a Cristo? 5 medios para resistir las tentaciones

Me permito, eso sí, comentar cada medio para ayudarte a llevarlo a la vida diaria, de modo que sea más fácil vivirlos. Entonces, ¿qué medios puedo poner para resistir las tentaciones?

El Catecismo de la Iglesia Católica fue promulgado en el año 1992 por el Papa Juan Pablo II. Es un documento con 2865 números que contiene las principales enseñanzas de la Iglesia Católica. Fue realizado a petición de la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos que se reunió después de 20 años de celebrado el Concilio Ecuménico Vaticano II. En palabras simples, contiene las enseñanzas que todo católico debería saber. Es un documento totalmente consultable, vendido en la mayoría de las librerías y con una versión online disponible en el sitio web de la Santa Sede. Si tienes dudas sobre la fe, el Catecismo puede ayudarte a encontrar una respuesta, consúltalo.

En esta ocasión hablaremos de cinco medios para resistir las tentaciones y permanecer fieles a las promesas bautismales que el número 2340 del Catecismo pone a nuestra disposición. Me permito, eso sí, comentar cada medio para ayudarte a llevarlo a la vida diaria, de modo que sea más fácil vivirlos. Entonces, ¿qué medios puedo poner para resistir las tentaciones?

1. Conocerme a mi mismo

Este punto es importantísimo. Dice el famoso refrán: «A quien no sabe para dónde va, cualquier viento le es favorable». Así también sucede con nuestra vida cristiana: si no nos conocemos a nosotros mismos no sabremos dónde trabajar, qué medios poner para alcanzar la santidad, a dónde dirigirnos para progresar en las virtudes, etc. Iremos a donde el viento del mundo nos lleve, sin rumbo fijo. El conocimiento de sí mismo pasa por una profunda interiorización de nuestra estructura integral: virtudes, defectos, debilidades, talentos, personalidad, carácter, formas de reaccionar, etc. 

Hay un sinfín de características que podemos reconocer en nosotros para luego tomar «posesión de nosotros mismos». Decía Karol Wojtyla (posteriormente Juan Pablo II) escribiendo de filosofía: «sólo quien se posee a sí mismo puede donarse al otro libre y deliberadamente». Entonces, para amar con plenitud en esta vida debemos poseernos, y para poseernos a nosotros mismos debemos conocernos. Agrego otra frase que puede dar luz, es de Santo Tomás de Aquino: «Nadie ama lo que no conoce». Si nos conocemos podremos poseernos y al poseernos podremos donarnos a los demás en el amor. Fácil, ¿verdad? No dejes de buscar conocerte cada vez más, ahí está la clave del cambio.

2. Establecer una práctica (ascesis) para alcanzar la santidad

La palabra «ascesis» viene del griego askein que significa entrenamiento o práctica habitual. En la vida espiritual hace referencia al conjunto de prácticas y hábitos que sigue la persona para alcanzar un grado de perfección en el camino de santidad. Era un término muy usado por los primeros cristianos y los padres del desierto. Cada situación en la vida nos ofrece una oportunidad de poner en práctica estos hábitos: mortificación, abnegación, renuncia, sacrificio, caridad, misericordia, etc. La gracia está en reconocer el momento y aprovecharlo. Por ejemplo: cuando estés cansado y debas seguir trabajando, puedes ofrecer ese sacrificio por la persona que más está sufriendo en aquel momento. No es tan complicado, en el fondo es vivir nuestra vida cristiana al máximo. Si vemos la vida como un constante entrenamiento espiritual, cada situación que debamos afrontar la podremos sobrellevar con amor, sabiendo que lo hacemos como una forma de progresar en la vida espiritual y la unión con Dios. «El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas» (CIC 2015). ¡No tengas miedo a seguir este camino!

3. Obedecer los mandamientos divinos

Esto es lo básico en todo cristiano. Cuando el joven rico preguntó a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna, Él respondió: «si quieres entrar en la Vida, guarda los mandamientos»(Mateo 19:17) y en otro pasaje añade: «si me aman, guardarán mis mandamientos» (Juan 14:15). Si guardamos los mandamientos por amor al Señor, lo demás vendrá por añadidura. La obediencia a estos mandatos del Señor nos hace caminar sin miedo, incluso cuando la oscuridad de las tentaciones y desolaciones toca la puerta de nuestra vida. Un padre que se preocupa por sus hijos le pone reglas y determina que hay ciertas cosas y horarios que sus hijos deben cumplir (como mínimo) para crecer correctamente. Así, también, nuestro Padre Dios se preocupa de cada uno de nosotros y nos ha dejado mandamientos para que podamos llegar a Él más fácilmente. No es que quiera complicarnos, al contrario, tiene paciencia con nosotros «porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan» (2 Pedro 3:9). ¡Nunca fue más fácil llegar al Cielo!

4. Practicar las virtudes morales

Las virtudes morales «son los frutos de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino» (CIC 1804). Se adquieren mediante las fuerzas humanas. En otras palabras, son el resultado de la práctica del bien en cada momento, van creando un hábito bueno (una virtud) que nos dispone a actuar de ese mismo modo en una situación similar. En el libro de la Sabiduría 8:7 leemos: «Si alguien ama la justicia, las virtudes son el fruto de sus fatigas. Ella es maestra de templanza y de prudencia, de justicia y fortaleza: nada hay más provechoso para los hombres en la vida». Aquí se nos proponen cuatro virtudes fundamentales que la Iglesia llama «virtudes cardinales»: templanza, prudencia, justicia y fortaleza. Cada una de ellas encierra más virtudes. Por ejemplo, la templanza encierra la virtud de la castidad y la justicia encierra la virtud de obediencia. Pero estas cuatro son fundamentales en la vida cristiana. Es un tema que debemos profundizar mejor. Puedes leer los números 1804 al 1811 del Catecismo de la Iglesia donde nos enseña mucho más sobre ellas. Al practicar constantemente estas virtudes lograremos un autodominio muy grande, mejoraremos nuestras relaciones con Dios y los demás, creceremos en la vida espiritual y podremos enfrentar con armas potentes a las tentaciones que nos acechan a diario. Así que para combatir las tentaciones nunca olvides las virtudes morales.

5. Ser fiel a la oración

Este consejo debe ser el centro de tu vida. Si no hay oración, nos ahogaremos fácilmente en el mar de la desesperanza. La oración viene a ser para el cristiano el aire que respira en todo momento. Cada inhalación debe ser aliento de vida espiritual, cada exhalación debe convertirse en un gemido a Dios de profunda gratitud. La oración es un combate, en ello concuerda la gran mayoría de los santos, siempre cuesta y debemos poner los medios para ser perseverantes. Ser fieles a la oración significa darle al Señor un tiempo de nuestro día, el mejor de los momentos si es posible, y hablar con Él. Santa Teresita de Lisieux decía que la oración «es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo… tanto desde dentro de la prueba como en la alegría». En la salud o la enfermedad, en el bienestar o la carestía, en la guerra o en la paz, la oración será siempre el oxígeno que nos de fuerzas y ayude a salir adelante. Pero eso depende de ti. En un momento difícil, de prueba, repite frases cortas, pequeñas jaculatorias que te mantengan a Dios en la mente y el corazón. Nunca dejes la oración y verás cómo lograrás resistir las tentaciones.

Estos cinco medios los propone el Catecismo de la Iglesia conociendo bien de qué barro estamos hechos y cómo necesitamos del auxilio divino para salir adelante en cualquier situación. Siempre el núcleo de la vida espiritual será mantenerse unido a Dios: en la oración, acrecentando las virtudes morales, obedeciendo los mandamientos, practicando la debida ascesis en el momento adecuado y conociéndonos a nosotros mismos. Luchemos contra las tentaciones, no nos dejemos llevar por ellas. Pidamos a Dios las fuerzas para enfrentarlas y dejemos el nombre de Jesús siempre en alto. De nosotros, y de la gracia de Dios, depende perseverar en la vida cristiana. Así que ¡ánimo! porque en esta lucha jamás estarás solo.


Publicado originalmente en Catholic-Link

Edgar Henríquez, LC

Edgar Henríquez, LC

Religioso Legionario de Cristo. De Chile viviendo en Roma, Italia. Tiene estudios de periodismo y comunicación social. Es Diplomado en Humanidades y Lenguas Clásicas por la Universidad Anáhuac de Puebla, Diplomado en Bioética y Bachiller en Filosofía por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Actualmente estudia Teología en la ciudad eterna. Colabora con diversos proyectos de evangelización y formación digital como Catholic-Link y Zenit News.

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