Es importante formarse y hablar de ello, con tranquilidad y sin hostilidad, aunque nos llamen fundamentalistas, porque el transhumanismo nos da un toque de alerta, un «hasta aquí hemos llegado». La inmanencia tecnocientífica no es compatible con la vida eterna, y –como te decía– cuando uno quita a Dios, todo lo demás es low cost.
Albert Cortina: «El transhumanismo no es más que una copia ‘low cost’ de la fe cristiana»
El ensayista y profesor de la UIC dedica su último libro a entender por qué el anhelo de una humanidad mejorada tecnológicamente choca frontalmente con la doctrina de la Iglesia. ¿En qué contradice el transhumanismo a la fe cristiana? El abogado, urbanista y ensayista Albert Cortina abre con esta pregunta su último libro, Transhumanismo. La ideología que desafía a la fe cristiana (Palabra).
El también profesor de la Universidad Internacional de Cataluña (UIC) es uno de los pensadores españoles que más ha escrito sobre el tema –esta es su sexta obra al respecto–, y en esta ocasión se centra en desarrollar una intuición: que entre el proyecto transhumanista y la doctrina católica se abre un abismo irreconciliable, ya que –dice– responden a visiones del mundo y del hombre completamente opuestas.
–En su libro, define el transhumanismo como «la ideología que desafía la fe cristiana». ¿Son dos realidades tan incompatibles?
–Yo creo que sí, pero hemos de entender bien dónde está la incompatibilidad. Para empezar, cuando hablo de transhumanismo me refiero a una visión según la cual los humanos debemos explotar el potencial de los avances científicos y tecnológicos para mejorar, alargar y posiblemente cambiar la vida de la humanidad, sin frenos éticos ni religiosos. El profesor de Oxford Nick Bostrom, fundador del Instituto para el Futuro de la Humanidad, señala como objetivos del transhumanismo «eliminar los aspectos no deseados y no necesarios de la especie humana: el sufrimiento, la enfermedad, el envejecimiento e, incluso, la condición mortal».
Ellos proponen una inmortalidad cibernética.
–Muchos pensarán que son fines deseables, incluso nobles.
–Por eso hay que hilar fino al hablar de esto. Como cristianos, celebramos el progreso científico, la buena ciencia ejercida con criterio: ¡bienvenidos sean los avances tecnológicos que nos permitan, por ejemplo, curar enfermedades o tratar discapacidades! No nos ha de dar miedo la innovación, ni el metaverso o la inteligencia artificial… Benedicto XVI ya decía que hay que evangelizar el continente digital, y la unión entre ciencia y fe es fundamental. El problema no es la tecnología, sino la sacralización de la tecnología: las herramientas tecnológicas nos solucionarán problemas, sí, pero no nos van a salvar.
–¿Aquí está la incompatibilidad con la fe católica?
–Exacto, y es la idea que desarrollo en el libro: que el transhumanismo no es una mera ideología, sino que emerge como una religión que busca sustituir al cristianismo, pero que no es más que una copia low cost del mismo. Los anhelos transhumanistas son una versión «marca blanca» de verdades cristianas; un sucedáneo artificial de lo sobrenatural. Así, por ejemplo, si la Iglesia anuncia la vida eterna, ellos proponen una inmortalidad cibernética. Si la doctrina católica habla de la resurrección de los cuerpos, ellos desprecian la materia –hay ahí un componente gnóstico– y sueñan con transmigrar la mente a cuerpos de silicio u hologramas.
El transhumanismo se vende como una religión en la que tú eres un dios.
–Dedica los últimos capítulos del libro a cuestiones escatológicas, ligadas al Apocalipsis. ¿Por qué lleva hasta ahí el recorrido?
–Porque también hay una escatología transhumanista, una respuesta al sentido último de la historia y la humanidad… pero mientras que el Apocalipsis cristiano es precisamente lo que nos da esperanza –nos muestra que, a pesar de los dolores y la tribulación, la historia acaba bien–, la escatología transhumanista es estéril, destructiva. Al apartar a Dios del centro, caen en la primera tentación del Señor del Mundo, la tentación de la serpiente que leemos en el Génesis: «Seréis como dioses».
–¿En qué sentido?
–El transhumanismo se vende como una religión en la que tú eres un dios, en la que el ser humano va a trascender creando a su sucesor, al post–humano, una criatura artificial que –por otro lado– será completamente imperfecta. Por eso digo que aquí el debate no es si los robots nos quitarán el trabajo o si ChatGPT se va a usar para copiar tesis doctorales: es un tema más profundo, una batalla espiritual. Estamos –en definitiva– ante la soberbia del ser humano, que avanza conscientemente en la disolución de la naturaleza humana y sigue elevando torres de Babel.
–Frente a estos planteamientos, propone redescubrir un «humanismo cristiano avanzado». ¿Qué significa esto último?
–La expresión viene de uno de mis anteriores libros, Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica. La propuesta que defiendo es un humanismo integral –es decir, que tenga en cuenta todas las dimensiones de la persona–, abierto a la trascendencia y centrado en Cristo, como lo propone el Magisterio de la Iglesia. Es un tesoro que tenemos, milenario y vivencial, y con lo de «avanzado» me refiero a que tiene que dar respuestas concretas a desafíos nuevos: los autores clásicos no tuvieron que plantearse algo como la inteligencia artificial, por poner un ejemplo.
Cuando uno quita a Dios, todo lo demás es low cost.
–Si el transhumanismo desafía la fe cristiana, ¿se ha dado alguna respuesta institucional por parte de la Iglesia?
–Mira, hace apenas unas semanas el papa Francisco empleó por primera vez –hasta donde yo sé– la palabra «transhumanismo». En un encuentro con una delegación de la Sociedad Max Planck Gesselschaft, criticó que el «pensamiento híbrido» plantea «cuestiones de gran relevancia tanto a nivel ético como social», y contrapuso el transhumanismo al «nuevo humanismo». Por otro lado, hablar de la respuesta de la Iglesia es difícil, porque ya sabes que es plural. Hay varias corrientes al respecto.
–¿Cuáles?
–Algunas personas o instituciones plantean un acercamiento a –por ejemplo– las grandes corporaciones usando conceptos que la sociedad pueda aceptar, como «bien común» o «ética global». No lo critico, es una forma de acercarse a científicos, ateos, agnósticos o de otras religiones sin ser rechazado a las primeras de cambio… pero creo que también ha de haber, como contraprestación, otros que hagan una reflexión para los católicos. Que la hay, pero creo que a veces se echa a faltar más, porque aquí las cosas son más incómodas, y hay que decir cosas que no van a gustar al mundo financiero, o a los padres que quieren que sus hijos tengan un buen empleo… Es importante formarse y hablar de ello, con tranquilidad y sin hostilidad, aunque nos llamen fundamentalistas, porque el transhumanismo nos da un toque de alerta, un «hasta aquí hemos llegado». La inmanencia tecnocientífica no es compatible con la vida eterna, y –como te decía– cuando uno quita a Dios, todo lo demás es low cost.
Publicado en El Debate el 9 de marzo de 2023